Pablo Maurette profundiza “con tacto” en el sentido olvidado

Seguro que si piensas en el tacto, no imaginas situaciones que vayan mucho más lejos de lo que va una mano cuando acaricia un cuerpo, o lo que siente tu piel cuando es rozada por una determinada textura. Seguro que si piensas sólo esto y nada más, no has leído El sentido olvidado. Ensayos sobre el tacto, de Pablo Maurette (Buenos Aires, 1979), escritor, guionista cinematográfico y profesor de literatura. Su libro, publicado por la editorial Mardulce, es un ensayo de ensayos —seis capítulos que sobreviven de manera independiente, aunque conviene empezar por el principio— que tratan de aportar luz sobre el sentido del tacto, denostado históricamente por la cultura occidental en detrimento de la vista, custodiada bajo una corriente oculocentrista que privilegia la imagen. Este conjunto de ensayos emerge desde las sombras ocultas de Grecia y Roma como una apasionada defensa de un sentido que pide paso en una sociedad absolutamente mercantilizada, esclava de una cultura audiovisual basada en la publicidad.

El sentido olvidado nos descubre curiosidades como el origen etimológico de la palabra tacto, un término latino que también significa prudencia: tocar con delicadeza. Hasta la literatura clásica ha regresado Maurette para explicar cómo los primeros textos que conserva la Humanidad ya se hacían eco del sentido olvidado. El filósofo y poeta Lucrecio, que sería el protagonista del libro si esto fuera una novela, hereda las teorías de los primeros epicúreos, Demócrito y Epicuro, para su libro La naturaleza de las cosas (De rerum natura). De este texto, génesis de corrientes como el atomismo o el materialismo, que ya consideraban que “todos los sentidos son variedades del tacto”, se extraen teorías del conocimiento que proclaman la naturaleza tangible de todo cuando existe. Incluso “los sueños, el fluir de las mareas, el vuelo de las aves”… También se manifiestan sobre lo que quizás no exista: la espiritualidad o lo sobrenatural. Por ejemplo, aceptan la posibilidad de la existencia de los dioses, pero no la providencia que se les supone sobre los humanos.

 

Ensayo como novela.

El epicureísmo es la corriente de pensamiento sobre la que Maurette expone sus teorías, que se presentan como un ensayo curioso y sugerente desde un punto de vista estético, aunque sin renunciar a la erudición. No es hasta el capítulo cinco, “Contacto en Francia”, cuando el lector asume que el género ensayístico —por lo general, denso— ha hecho acto de presencia. Si obviamos el prólogo, lo cierto es que las primeras páginas del libro —también los inicios de cada capítulo, presentados con una historia con gancho—, son una sucesión de divertidas anécdotas abordadas con elegancia narrativa sobre un asunto que, a priori, no hace presagiar grandes alegrías literarias. No obstante, el autor sorprende al lector con planteamientos muy interesantes sobre el tacto. Por ejemplo, es el primer sentido que se activa: el embrión ya se siente en el útero materno. Además, sensaciones como la emoción (vello de punta) concierne al tacto, pues “todo es producto de contactos a nivel atómico y a nivel corpóreo”. Incluso en un coma profundo se detecta actividad cerebral, lo cual se considera una experiencia háptica.

Maurette recurre al término “háptico” para referirse a la sensación del tacto por considerar que goza de una naturaleza versátil que acepta la simultaneidad de las voces activa y pasiva: tocar y ser tocado. Teniendo en cuenta que este sentido no está localizado en ningún órgano, sino por todo el cuerpo, el autor coincide con los atomistas en que el tacto es “ineludible” —se trata de una sensación superficial, pero también se manifiesta en el interior del propio cuerpo a través de punzadas en el estómago, por ejemplo—, tanto que es “el único sentido que un muerto no puede tener”. Maurette resuelve esta tesis con una comparación luminosa y muy literaria: “El tacto no se puede perder ni olvidar, ni superar, ni eludir de ninguna manera. Así como no nos es concedido saltar sobre nuestra propia sombra”.

“Todos los sentidos son variedades del tacto”

El capítulo cuarto penetra en la filematología, la teoría de conocimiento que explora el beso, y comienza con las declaraciones del comediante Larry David, que expresa su inseguridad ante el momento del contacto de la lengua y los labios entre dos individuos. Y es que, ciertamente, “nadie explica lo que sucede dentro” de la boca, al contrario que en el coito. Se distingue entre beso erótico, “el único que tiene interés filosófico” para los que lo relacionan con una experiencia háptica, y beso sagrado, civil o amoroso. En cuanto al primero, también denominado “lascivo”, sólo se prestó atención al beso entre heterosexuales, hasta que Cesare Trevisani incluyó a la comunidad homosexual.

Respecto al sexo propiamente dicho, Lucrecio, “un filósofo para quien la piedra fundamental de la existencia y de la percepción era el sentido del tacto”, consideraba que el deseo es imposible de satisfacer porque nunca podrán fundirse los cuerpos —el acto siempre será superficial—, que es el verdadero deseo de los agentes activos. Por tanto, no tiene sentido alejarse de la ataraxia que persigue históricamente su doctrina por culpa de una frustración. La religión, por su parte, siempre ha denostado el sentido del tacto por advertir en él peligrosas tentaciones.

El ensayo de Maurette es histórico y filosófico, y además está apoyado sobre una sobre una base de documentación extensa que se presenta como un conglomerado de fundados discernimientos. Se apoya en la filosofía, el cine, el arte y sobre todo la literatura a través de ejemplos de obras y autores para sus disgregaciones acerca de la complejidad del tacto. Desde una perspectiva clásica, se inmiscuye en la trascendencia de los poemas homéricos, la Ilíada y la Odisea, “columnas fundacionales de la literatura universal”. El objetivo es dar cuenta de la situación actual de la filosofía occidental, supeditada a la tiranía de la imagen. La propuesta de abordar esta empresa a través de un análisis sobre la evolución del sentido del tacto merece el reconocimiento de los autores valientes.

 

Jaime Cedillo (@JaimeCedilloMar) es periodista, músico y poeta. Colabora con El Cultural, publicación del diario El Mundo y con otros medios de comunicación. Se graduó en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la Universidad Rey Juan Carlos I y cursó el Máster de Crítica y Comunicación Cultural de la Universidad de Alcalá de Henares.

 

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