Aguardiente, de Torgny Lindgren: la pasmosa, introspectiva y elegante sencillez literaria
La reflexión del escritor sueco Torgny Lindgren (1938) en la obra Aguardiente reclama la atención lectora por su abundamiento en el misterio de la fe. Su visión es una desconcertante afirmación de duda existencial.
Los acontecimientos son tozudos. Aparecen con todo su desplome de desgana o súbita ascensión a lo impredecible. Dispuestos a convencernos de lo contrario de lo que hasta ese momento la creencia nos embargaba de asentimiento rotundo e irrenunciable. El camino empieza de nuevo. La frustración nos ha convertido con su bautismo de incredulidad en ese otro ser que espera una nueva oportunidad. La herida que no cesa en el alma humana, sostiene el envite de ser merecedores de la compasión a pesar de nuestros actos. Actos que nos sitúan con su grandeza o miseria en la más crecida e irreverente humanidad, que late con deseo propio. Ese magnetismo osado que nos espolea a acometer el irracional propósito de reinventarnos a pesar de nosotros mismos, como si pudiéramos convencernos del autoengaño y evitar el dedo acusador que nos señala la tara que infructuosamente tratamos de solapar. Hans Christian Andersen, en su cuento “El traje nuevo del emperador” publicado en 1837 y que forma parte de Cuentos de hadas contados para niños, nos alecciona señalando que “no tiene por qué ser verdad lo que todo el mundo piensa que es verdad”. Cuando una sincera voz infantil exclama, ante las alabanzas temerosas, “¡Pero si va desnudo!”, nos devuelve al hecho fundamental que se pretende obviar. Para la justa apreciación literaria hispana de esta fábula, es necesario retroceder 500 años atrás. Ya que su origen, aunque con connotaciones diferentes, se halla en la obra medieval El Conde Lucanor de Don Juan Manuel. El mismo Cervantes, 300 años más tarde, incluyó una versión en el entremés El retablo de las maravillas. Pero algo de esta sincera voz infantil está en la novela de Lindgren.
Aguardiente.
En el sustantivo que sirve de título a la novela corta editada por Sexto Piso España y traducida por Juan Capel, Aguardiente, hallamos el sustrato narrativo que encontraremos en las páginas de Cervantes, Don Juan Manuel o Andersen. Y no se trata precisamente de una cuestión etílica. La bebida espirituosa es fruto de la destilación de materias primas agrícolas. Su autor se adentra en el norte de su país, Suecia, con una invitación de inmaculado acento: la redención. Y no será precisamente vino bendecido lo que ofrende. A los 83 años Olof Helmerson regresa a la comarca donde inició su exitosa tarea pastoral hace 50 años. Toda una vida desembalada del equipaje que le acompaña, que se reduce a su propia vestimenta, un billete de autobús caducado, una bicicleta plegable y la ausencia de fe. Impelido por ese ajuste de cuentas que el tiempo y la memoria no olvidan y el menester espiritual de paz antes de la muerte, decide proclamar un nuevo mensaje: “No existe ningún Dios. El Mesías no ha llegado ni probablemente llegará nunca. Cristo fue solo una persona presuntuosa, como tantas (…) No hay vida eterna imaginable. Pero la muerte es eterna. (…) nunca habrá ningún día del juicio final. Nunca será más noble la razón, nunca llegará más alta que en la negación”. Desde este irreverente planteamiento nos acercaremos a los antiguos feligreses que irá visitando con esta buena nueva laica y el convencimiento de rescatarlos para la causa. En cada uno de los viajes que realiza con este fin a las distanciadas viviendas rurales, la geografía describe el desamparo que puebla su misión, pero, sobre todo, el reencuentro con la verdad de su malograda existencia y ciertas actitudes indecorosas y reprobables durante su etapa de predicador, que no duda en considerar como “un producto artístico. (…) una habilidad técnica, nada más”.
Pasmosa sencillez.
El autor condensa en su escritura esa dosis de ironía cuya punta acerada hiere la indolencia. La incredulidad se desentiende de mitos y nos descorazona hasta encontrar el asiento de la duda. Esa duda tan humana que todo buen escritor revela en sus reflexiones, ya sea en boca de los personajes narrativos como en esa atmósfera que presentimos al iniciar la lectura. Desde esa mirada, el autor de El camino de la serpiente sobre la roca, prescinde de su confesión católica y no restaña las heridas. Pareciera que nos presentara al Ecce homo en la misma piel del sacerdote que transita como espectro de Buen Pastor con su carga levantisca de dolor, destemplanza y cobardía: “Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!”, según el evangelio de San Mateo. La ubicación no es cuestión menor.
Escandinavia posee una de las tasas de religiosidad más bajas del mundo. La ruptura protestante arrinconó al catolicismo durante tres siglos, incluso bajo la amenaza de pena de muerte para aquellos que la profesaran. “La religión como experiencia de vida ha sido durante mucho tiempo un tema tabú a nivel público: una de esas cosas de las que se habla en una conversación entre amigos solo cuando se bebe un poco más de la cuenta; si no, se evita el tema, resulta embarazoso”, explica Klaus Dietz, un jesuita de nacionalidad alemana que fue destinado a Suecia hace 46 años. En sus palabras hallamos ciertas claves sobre este mandamiento apóstata, con el que el escritor sueco inviste al anciano sacerdote en su nuevo misionado evangélico a golpe de pedal en busca de la dignidad.
Aguardiente es una obra que brilla con la elegancia del tocado en esgrima. Apunta directamente a lo inopinado, sorprendiendo gratamente con ese giro al extraño mundo donde depositamos nuestros miedos.
Pedro Luis Ibáñez Lérida pertenece a la Asociación Colegial de Escritores de España, sección Andalucía, así como a la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios.
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