Autorretrato sin mí, de Fernando Aramburu: un ejercicio de evocación poética
Hay libros que conmueven desde su primer texto, hay en estos una línea muy delgada, casi imperceptible, que bordea lo íntimo y lo ficcional; suele ocurrir especialmente en las obras de carácter confesional y autobiográfico. Es lo que palpamos en Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) con su más reciente publicación Autorretrato sin mí. Allí alcanzamos a ver una dualidad que comparte la voz del escritor con el hombre. Hay una voz que se desdobla, que observa y conecta presente con pasado en la memoria afectiva del autor.
Este libro, que recorre sesentaiún textos distribuidos en seis partes, transita entre la prosa poética y la narrativa: tiene textos con tintes anecdóticos, pero en general, todos tienen en común la influencia principal de la poesía. Por un lado cuentan algo, pero por otro, arrastran el flujo continuo de la lírica. Cada pasaje discurre libremente por la memoria del autor y nos otorga la libertad de salvarnos de las etiquetas textuales: prosa poética, reflexión, breves ensayos, cada uno representa uno y todos a la vez, sin restar valor a lo que más pesa en todo el conjunto: la posibilidad de conocer al escritor donostiarra y al hombre que lo contiene mientras miramos un poco de nosotros mismos; es una prosa poética que narra, de alguna manera, la evocación de hechos del pasado. Sin embargo, la mayoría de los textos, más que contar, exponen sin reservas las imágenes propias de un texto poético que dejan al descubierto las emociones humanas de un escritor que se ha atrevido a revelarlas. Este fragmento lo demuestra:
“Así pues, soy un hombre sentado que contempla su pasada vida esparcida en rededor. Todo el suelo se ha cuajado de lo que viví. De mi infancia que se quedó sin niño, de amores que perdieron sus labios y de tantas lluvias que poco a poco se olvidaron de mojarme.”
«Soy un hombre sentado que contempla su pasada vida esparcida en rededor»
Como suele suceder en las obras de tono confesional, buena parte de los textos están escritos en primera persona. Sin embargo, en algunos episodios Aramburu se desdobla en una voz que se expresa como si fuera otro distinto a él. Su interés es mostrar la dualidad escritor-hombre, la cual podemos notar desde el propio título y el texto introductorio (“Su vida y la mía”), tal como figura en el siguiente fragmento:
“Este hombre me hace madrugar para cumplir a diario el sueño de un lejano adolescente que quería ser escritor. Llevamos tanto tiempo juntos que ya no sé si él es yo o yo soy él. Hemos acumulado otoños, libros y una muchedumbre de hojas caídas que forman un suelo de serenidad. Compartimos lo bueno y lo triste. Aún respiramos con los pulmones también compartidos.”
Temas y amores.
Todos los temas humanos son posibles en este libro, especialmente aquellos que pueden tocarnos fibras íntimas: el amor, la imagen del padre, el hogar, la soledad, la amistad, la humildad del artista, el paso inclemente del tiempo, el valor de un ser amado, las ausencias afectivas; y en conclusión, las pasiones que nos seducen. Durante las seis partes de Autorretrato sin mí, todos estos temas se pasean por escenarios que retratan ciertos aspectos en la vida de un hombre y la influencia que han ejercido en él: los amigos, el padre, la madre, una ciudad, la nostalgia del hogar de infancia, la literatura, entre otros. Asimismo, hay una parte del libro que funciona desde una visión múltiple y cambiante del mundo personal de ese yo en el que se escuda el escritor español: el niño interior, el mundo íntimo al estilo de Virginia Woolf en Una habitación propia (1929), el finísimo hilo de la belleza, la escritura, la soledad, y ciertas anécdotas de la infancia que marcaron algunas actitudes de su adultez.
El autor español nos cuenta también acerca del amor, cómo lo ha profesado y nos confiesa con la mayor humildad que desconoce su definición. Esta obra de Aramburu es un gesto de agradecimiento: a su esposa, a su hija Isabel, a sus padres, a sus manos, a las palabras; un gesto que evoca los momentos de mayor intensidad vividos por él; es así un acto de confesión a sí mismo, más que a los propios lectores. Pero Autorretrato sin mí es también un homenaje a las cosas aparentemente simples: la cama, el mar, el propio cuerpo, la rutina, el tiempo. La vida en todas sus estaciones.
Para Aramburu, el lenguaje, como muy bien lo demuestran varios de los pasajes de la obra, es ese elemento que mayor respeto le merece y el motor de todo su trabajo creativo. A él le dedica buena parte de estos textos y nos dice que sin trabajo arduo, no se convierte jamás el lenguaje en el aliado principal de todo aquel que tenga claras intenciones con la escritura. El autor recurre a oraciones largas, enmarcadas, a veces, en un lenguaje cercano a lo barroco, pero no por ello cargado de un tono empalagoso. Por el contrario, hay en estas prosas un lenguaje depurado de ripios innecesarios que invita a una lectura de gran fulgor poético. El siguiente fragmento ejemplifica el asunto del lenguaje y el tema amoroso, y es uno de los de más honda belleza y carga poética de todo el conjunto:
“Ningún muro lingüístico truncó el designio común de compartir, más allá de la atracción física inicial, el agua y los panes del ser entero. Desde entonces miro por sus ojos, ella mira por los míos, y no hay dolor que le duela sin que a mí me duela ni hay risa en sus labios que a mí me doble de alegría. En ella me he depositado, en ella reposo y con ella existo, tengo un centro, me río y me apeno. La Guapa es presencia, esencia y perfume. No es sólo que la quiera, sino que, además, me cae bien.”
«En ella me he depositado, en ella reposo y con ella existo, tengo un centro, me río y me apeno. La Guapa es presencia, esencia y perfume. No es sólo que la quiera, sino que, además, me cae bien»
Aramburu toma de sus recuerdos aquellos que le producen melancolía, esa que aparece junto a los episodios de un pasado al que ha escudriñado para sacar de él lo realmente notable, lo que ha hecho de él un hombre que vive de su soledad y de su escritura. El autor se interpela en distintas ocasiones; duda de sí cuando mira dentro y proyecta la película de su existencia. Se reconoce un hombre desnudo que solo aguarda la muerte con serenidad. Quizás por ello, se sabe uno y otro: el niño, el colegial, el adolescente, el joven, el hombre que ahora “lleva sobre los hombros el cesto de la memoria”.
Geraudí González Olivares (@GeraudiGonzalez) es crítica literaria, académica, autora de “microficción” y actriz
La reseña viene acompañada por un video de la presentación del libro de «Autoretrato sin mi» en Madrid, en la Fundación Telefónica que puedes ver completa aquí.