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Entre la moralidad y el deseo: la profundidad humana de Ford Madox Ford en El buen soldado

Si el británico Ford Madox Ford (1873- 1939) no hubiera publicado El buen soldado en 1915, en plena Primera Guerra Mundial, tal vez podría haberlo llamado La historia más triste, como él siempre quiso. Pero el mundo estaba inmerso en la mayor tragedia conocida hasta entonces, por lo que su editor pensó que, bajo aquel título, que rezumaba desaliento y pesimismo, no se vendería un solo ejemplar. Tras recibir el enésimo telegrama que le rogaba el cambio del nombre, Ford respondió precipitada e irónicamente que su nueva obra podría llamarse El buen soldado. “Para mi horror, seis meses después el libro aparecía con ese título”, escribe el autor inglés en la carta introductoria.

Así, lejos de tratar el tema de la guerra, como puede parecer a priori, realmente es una novela ambientada en una Europa ya en el abismo de la contienda y protagonizada por dos matrimonios aparentemente perfectos que son amigos entre sí: el compuesto por Florence y John Dowell, que es el narrador; y el de Leonora y Edward Ashburnham, el capitán a quien se refiere el título de la obra. Sin embargo, esa impecable fachada exterior, ese impoluto “compás de minué”, como escribe el escritor, escondía historias de excesos, infidelidades, ruina, mentiras, alcohol, suicidio y locura que el propio Dowell va desgranando mediante una minuciosa descripción psicológica de los personajes, en un profundo ejercicio de exploración de la identidad y de la complejidad de las relaciones sociales.

“Se podría decir que lo que caracterizó nuestra relación fue el darlo siempre todo por sentado. La premisa de partida consistía en que todos éramos ‘personas respetables’. Pero el inconveniente, el detestable inconveniente de esto es que, una vez que se ha dado ya todo por sentado, no es posible profundizar”. De esta manera, Ford expone una crítica a la sociedad acomodada que, más allá de ser destructiva, ofrece una imagen de la compleja lucha interna entre la imposición moral y las verdaderas pasiones; esto es, en términos freudianos, entre el Superyó y el Ello. “La sociedad debe perpetuarse —supongo—, y la sociedad solo puede seguir existiendo si los normales, los virtuosos y los algo hipócritas prosperan en tanto que los apasionados, los obstinados y los excesivamente sinceros son condenados al suicidio y la locura”, escribe Ford. Con todo, para el autor, pese a haber asistido a la decadencia y el declive de su matrimonio y de su propio entorno, las relaciones humanas son necesarias para la propia supervivencia: “Todos tenemos tanto miedo y estamos tan solos que necesitamos encontrar fuera de nosotros mismos la certeza de que nuestra existencia merece la pena”, dice el personaje de Dowell.

Narrador poco fiable.

Para narrar la historia, Ford hace uso de flashbacks cronológicamente desordenados. En este sentido, el relato de acontecimientos ya pasados por parte del narrador, las elipsis, así como las contradicciones y los continuos cambios de opinión con respecto a lo que describe hacen de este libro el paradigma del narrador poco fiable. “Soy consciente de haber contado esta historia de un modo tan desordenado que tal vez resulte difícil que alguien encuentre el camino en lo que quizá sea una especie de laberinto”, reconoce el narrador.

“Siempre que discutimos un asunto —un largo y triste asunto como este—solemos saltar hacia atrás y hacia adelante una y otra vez. Recordamos cosas que se nos han olvidado, y más tarde las explicamos aún más detalladamente al advertir que pasamos por alto mencionarlas en el lugar oportuno y que, al omitirlas, hemos podido dar una falsa impresión”. Tal vez esta afirmación de Dowell sobre el propio ejercicio de la escritura resuma buena parte de la esencia de El buen soldado: la realidad se falsea en el momento en que se cuenta y, además, en la medida en que el narrador expresa los sucesos a posteriori, al no coincidir el tiempo real y el del relato, este último ya es una interpretación condicionada por los recuerdos. Y el recuerdo ya nunca se corresponde con la realidad.

«La sociedad solo puede seguir existiendo si los normales, los virtuosos y los algo hipócritas prosperan en tanto que los apasionados, los obstinados y los excesivamente sinceros son condenados al suicidio y la locura»

Así, Dowell escribe sobre reminiscencias, reflejando la que parece ser la única certeza que se desprende del libro: en el momento en que se mira hacia atrás desde el presente, la opinión sobre los acontecimientos cambia. Y tal vez sea esa la única certeza porque, precisamente, lo que Ford demuestra en esta novela es la imposibilidad de encontrar verdades absolutas, pues el ser humano es contradictorio y complejo por naturaleza. Esto queda plasmado en la obra a través de las continuas incoherencias narrativas: Dowell ama y odia a su esposa; dice de sus amigos que eran personas nobles y, poco después, que eran monstruos; llega a afirmar que no hay ningún villano en esta historia y, unos capítulos más adelante, que realmente no lo sabe. De hecho, el propio narrador verbaliza su desconocimiento sobre los hechos en varias ocasiones: “Yo no soy más que un estadounidense que empieza a hacerse viejo y sabe muy poco de la vida (…). No lo sé. Yo no sé nada. Y estoy muy cansado”.

En esta obra, el lector no encuentra respuestas; tampoco itinerarios correctos ni erróneos: ¿Es malo querer proyectar una imagen de persona respetable? ¿Es malo dejarse llevar por los instintos? ¿Quiénes son los justos? ¿Y los pecadores? Precisamente en esta ambivalencia reside lo trágico de la obra y, en una suerte de proceso de identificación con las contradicciones del propio Dowell, el lector reflexiona sobre la condición humana. ¿Acaso tenemos alguna certeza absoluta? ¿Acaso no somos nosotros mismos narradores poco fiables de nuestra propia vida? ¿No estamos relatando permanentemente lo que ya ha sucedido y, por tanto, recuerdos que poco se acercan al hecho real?

 

Alicia Sánchez (@aliciasromero_) es licenciada de Periodismo y Comunicación Audiovisual en la Universidad de Sevilla, sus intereses incluyen la literatura y el cine, Trabaja en la agencia Europa Press.

 

 

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