Carlos García Gual: “Las traducciones envejecen, los textos clásicos no”

 

La palabra más común para designar el mar en la lengua de Ulises y Agamenón es thálassa, un vocablo que los antiguos griegos tomaron de los pelasgos que habitaban las costas del Mediterráneo antes que ellos. El mar, con sus costas de olas ruidosas, monstruos, musas y ninfas resuena en toda su poesía, y es la imagen más certera de su cultura, definida por la constante búsqueda de nuevos horizontes en el pensamiento. A Carlos García Gual (1943), a quien desde la temprana juventud le interesó conocer más allá de su presente, la imagen de thálassa le ha acompañado toda la vida. En el horizonte griego, donde una línea borrosa dividía el cielo de los dioses y el mar de los héroes, García Gual encontró un camino hacia el humanismo, la Ilustración europea y la completa libertad del pensamiento. Ese recorrido lo ha llevado a publicar más de cuarenta libros sobre antigüedad clásica, literatura, mitología y filosofía. Entre los más recientes se encuentran Sirenas: seducciones y metamorfosis (2015) y La muerte de los héroes (2016), ambos publicados por Turner Editorial, y Grecia para todos (2019), un libro de Espasa para todo público.

El escritor, crítico y traductor oriundo de Palma de Mallorca es catedrático emérito de Filología griega en la Universidad Complutense de Madrid, traductor y especialista en literatura clásica y medieval y dirige la colección Biblioteca Clásica Gredos. Ha recibido dos veces el Premio Nacional de Traducción. Desde 2019 ocupa la silla J de la Real Academia Española de la Lengua. En Colofón Revista Literaria hemos querido honrar su perfil de humanista oceánico, marcado por el thálassa —que, como el cerebro, lo contiene todo aunque no se vea a simple vista—, para adentrarnos en ciertos temas de interés, como la erosión del humanismo en las sociedades modernas, el papel de la Real Academia Española en hacer visibles de las diferencias de género o la imposibilidad de la traducción perfecta.

 

En su discurso de incorporación a la Real Academia Española se refirió a la cultura de la Grecia antigua como fundamento del humanismo moderno. Hablaba del origen helenístico de las novelas, pero su postura sobre la antigüedad la ha mantenido en varias entrevistas. ¿Cree que nos estamos alejando irremisiblemente de los griegos?

—Cada vez se nota más que vivimos en una sociedad de masas dominada por la presión mediática, los espectáculos, las pantallas de los móviles y la televisión. La gente invierte muchísimas horas en eso y le queda menos para ejercitar el pensamiento crítico. Se han subrayado mucho los avances del populismo en diversos países y, en mi opinión, la causa obedece a eso: es fácil que la gente que reflexiona poco se adhiera a cualquier opinión. Gran culpa de esa pérdida de capacidad crítica individual y de la afición por las humanidades la tienen los gobiernos, que prefieren seguir la corriente de los espectáculos masivos y proponer carreras universitarias cada vez más orientadas a la rentabilidad, despreocupándose de la cultura individual, porque su interés está en el consumo; eso los convierte en ciudadanos dóciles y fáciles de manejar. Los gobiernos quieren que la gente se encasille en una profesión y salga de las universidades “especializada” para un oficio que sea rentable. Es lo contrario al humanismo y a la ilustración europea. Los individuos deben aprender a pensar por sí mismos y buscarse horizontes más amplios. El desprecio por el pasado que fomenta la educación actual evidencia que para los gobiernos actuales el humanismo y el pensamiento crítico son “lujos”, en el mal sentido de la palabra.

 

—¿Qué lugares comunes sobre el mundo antiguo le enfadan más?

—En realidad, no existen muchos lugares comunes sobre los griegos, porque hay un gran desconocimiento. La educación ha desaparecido casi. Pero sí creo que deberíamos examinar, por curiosa, la visión actual que existe de los antiguos griegos como seres sexualmente desenfrenados. Esto quizá viene de los moralistas cristianos. Los griegos no le dieron tanta importancia al sexo como otros se la han atribuido, porque lo pecaminoso atrae mucho más. Los griegos eran gente muy libre y sexualmente bastante conservadora.

 

—Un asunto de obligada discusión hoy en día es el lenguaje inclusivo, el uso de las palabras con géneros masculinos y femeninos y otras estrategias para visibilizar lo femenino a través del habla, ¿qué opinión le merece el tema?

—Es un asunto un tanto espinoso, más que nada porque las cosas se juzgan con prejuicios o con emotividad. El problema existe. Puede mejorarse la representación femenina en nuestra lengua, pero tampoco creo que convenga exagerar, porque esta es un medio de comunicación que lo que hace es reflejar lo que dice la sociedad. La gente cree que la Real Academia Española dicta preceptos y, la verdad, es que apenas se limita a recoger lo que la gente dice.

 

—Muchos dicen que es imposible una traducción rigurosa del griego antiguo, pues esta civilización no existe desde hace siglos y no tenemos punto de comparación.

—José Ortega y Gasett decía que era una utopía la traducción literal y la académica francesa Barbara Cassin, en el libro Elogio de la traducción: complicar el universal, ha tratado el tema muy bien. La traducción exacta es imposible y la del griego clásico lo es especialmente. Las traducciones tienen amplios márgenes de inexactitud debido a las diferencias entre los campos semánticos de cada lengua, que son más bien como redes de significados y no hay vocablos que sean un calco perfecto de una a otra. Los campos semánticos son el espacio que ocupan dentro de la red los significados de las palabras. Por ejemplo, la palabra del antiguo griego logos no puede traducirse al inglés mind o al español genio y, sin embargo, las contiene a ambas. Los términos intelectuales y poéticos no tienen traducción exacta, aunque sí los materiales: un tornillo es un tornillo con cualquier palabra, en cualquier idioma. Las lenguas que tienen el mismo origen, como las lenguas romances, se parecen más que las demás, pero incluso entre estas no puede haber una traducción exacta. Sin embargo, esta falta de exactitud, que parece un defecto, no lo es: cada traducción enriquece, si está bien hecha, el texto original. Por el otro lado, también se debe decir que una traducción es más caduca que un clásico original, porque las lenguas cambian, por eso conviene que haya traducciones de los textos clásicos cada cierto numero de años. Las traducciones envejecen, los textos clásicos no.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

 

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