En La niña en llamas, de Claire Messud, la adultez nace de las cenizas
La adultez nos llega a todos de maneras diferentes. No es un momento exacto ni una circunstancia específica; son detalles que pasan inadvertidos, si no estamos atentos. La niña en llamas es la sexta novela de la estadounidense Claire Messud y trata el paso de la adolescencia a la adultez, a través de la historia de Julia y Cassie, dos amigas de la infancia que viven en un pueblo de Massachusetts y, aunque su amistad se anticipaba para siempre, no fue así.
Messud, quien fue finalista en los premios PEN/Faulkner Award y varias veces ha estado en la lista de bestsellers del periódico The New York , construye con esta novela un relato destilado que se lee como una de esas historias que nos contamos para explicarnos el mundo. La mirada de una adolescente de 17 años llamada Julia, es el lente por el que vemos todo. Conocemos a los personajes, observamos el pueblo, nos enteramos de lo que pasa y hasta advertimos lo que piensan los demás. Messud consigue, con gran pericia, armar un universo monofocal, en donde las relaciones y la imaginación se entremezclan para darnos una sola versión de los hechos: los que Julia observa, los que Julia entiende, los que Julia justifica.
La novela es de narración pausada y se extiende en detalles. Usando un lenguaje cuidado, sin caer en exceso en el adorno o ribete, Messud elabora con agudeza cada aspecto los personajes, tanto físico como emocional. La conforman tres capítulos, como en las historias clásicas: inicio, nudo y desenlace. En el inicio, el ritmo es lento y la historia no avanza mucho. La autora se esmera en mostrarnos la amistad de estas dos niñas en un verano, el último que recuerda Julia justo antes de que ambas entrasen en el Instituto, circunstancia que obliga a cambiar de rutina, de amigos, y que inexorablemente empieza a separar a Cassie de Julia.
El relato va adquiriendo fuerza a medida que plantea el conflicto y aunque mantiene la explicación exhaustiva de la cotidianidad, en la segunda parte aparecen nuevos personajes que inciden directamente en la historia y el relato en general mejora y avanza. Hasta llegar al último acto, cuando la autora se reserva un detalle de la protagonista que obliga a reflexionar al lector a posteriori y reviste con un nuevo significado novela.
Hablar de la amistad y de la adolescencia es también hablar de la imaginación y de las mentiras. Messud consigue en esta novela confrontar dos realidades: una es la visión de Julia (y no olvidemos que es la narradora de la historia) y la otra, la realidad que el lector va creando a partir de las omisiones, insinuaciones o comentarios que Julia hace sobre esa realidad que narra. Es un juego formidable que la escritora americana consigue recrear a partir de los diálogos internos. “A veces tenía la impresión de que hacerse mayor siendo una chica era aprender a tener miedo. Sin caer en la paranoia, o no exactamente… Era más bien la imposición de estar siempre alerta y pendiente de dónde estaban las puertas de la sala del cine o la salida de incendios en un hotel. Llegabas a saber que el cuerpo que habitas era vulnerable, una fortificación imperfecta, de un modo que nunca percibiste siendo niña”, escribe Messud.
“Llegabas a saber que el cuerpo que habitas era vulnerable, una fortificación imperfecta, de un modo que nunca percibiste siendo niña”
Ninguna referencia en la novela es gratuita. Cuando la autora menciona a Francisco de Goya no es un simple ejercicio de estética, o la escogencia del asilo como lugar de juego, tampoco un personaje secundario como el del viejo Rudy. Cada referencia es circular y Messud la usa como recurso para subrayar el viaje de la protagonista, cómo ha cambiado su punto de vista, cómo ya no ve las cosas de igual manera: “Cassie y yo nos enfrentamos juntas al sanatorio y al terror que nos inspiraba y, al final de la tercera visita lo sentíamos como algo familiar, incluso como algo heredado de nuestra familia, y corríamos por los pasillos escuchando el golpeteo de nuestros pasos y nos reíamos y gritábamos, incluso nos separábamos, íbamos cada una por un lado.”
Andrehyna Caringella (@andrehyna) es periodista y especialista en mercadeo digital. Tiene un diplomado de Narrativa Contemporánea de la Universidad Andrés Bello de Caracas, en asociación con el Instituto de Creatividad e Innovación.
Si te gustó esta reseña, te invitamos a leer las de la novela El reposo de la tierra durante el invierno de Andrea Zurlo y la del poemario de Alba Flores, Digan adiós a la muchacha.