En Cuando todo era fácil Fernando J. López narra las frustraciones de una generación

Óscar, un fotógrafo español de relativo éxito residenciado en Nueva York, inicia un viaje de regreso a su ciudad natal, en las cercanías de Madrid. Allí se encontrará con su madre, su hermano y sus antiguos mejores amigos, con los que ha mantenido una relación superficial en los últimos años, reducida al intercambio de estereotipados mensajes en las redes sociales. Luego de la fiesta de bienvenida, aparece muerta a pocos metros del lugar de la celebración una muchacha de 13 años, Alba, y los primeros indicios señalan a Isaac, el mejor amigo de Óscar.

Superficialmente, la novela Cuando todo era fácil, de Fernando J. López, se presenta como un policial, o al menos con importantes elementos de la novela policial: un crimen, una investigación, un sospechoso… y una intriga que se mantiene hasta el final. Pero esto es solo el empaque, la excusa argumental que permite al novelista trazar un retrato generacional, ajustado a la realidad de los españoles cuarentones, con toda su carga de expectativas y frustraciones. Los verdaderos intereses del novelista parecen enunciarse en la primera página: “Ningún regreso es inocente. Y yo lo sabía antes de que decidiese alejarme de Manu, de nuestro apartamento, de mi trabajo y hasta del Nueva York que habíamos idealizado durante los años en que creímos que nos pertenecía. Lo había sabido mucho antes de que todo lo que en mi vida debía de ser refugio se hubiera convertido en motivo de claustrofobia”.

Óscar es un personaje al filo de una gran transformación personal, y por eso mismo se ha venido cuestionando todo lo que lo rodea y todo lo que hace o ha venido haciendo. Tiene éxito como fotógrafo, aunque hay una veta artística que no ha desarrollado del todo; su relación sentimental se ha consumido en la rutina; sus amigos son extraños; y él mismo no está seguro de lo que quiere. Hay algo dentro de sí que ha muerto, pero también algo que no termina de nacer. Deja Nueva York, donde se siente extranjero desde la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, deja a Manu, su pareja de una década, vuelve a Madrid, una ciudad que no reconoce como suya y sus reuniones con sus antiguos amigos son ejercicios de desencuentros. Óscar ya no encaja en ninguna parte, aunque esta no es una condición que solo sufre el protagonista principal de Cuando todo era fácil.

“Estoy cansado de intentar explicar esta maldita insuficiencia, esta sensación de que todo es mucho más banal y efímero de lo que debería, siempre persiguiendo algo que, una vez atrapado, se vuelve inútil”

Sus amigos y su hermano, en distintos grados y de diferentes maneras, han vivido un proceso de desgaste similar, que no es más que el resultado del tiempo que media entre la inocencia, o ignorancia, de la primera juventud y los desengaños de la vida adulta. Como dice el mismo Óscar: “crecer no ha resultado ser otra cosa más que aprender dónde terminan los contornos de lo real”. Esos contornos de lo real al mismo tiempo que son un límite, una barrera a los antiguos sueños, siempre resultan más grises, más difusos, más inasibles que las aspiraciones de éxito profesional, artístico, político, empresarial o de cualquier otro tipo que se hayan tenido (y que los distintos personajes de alguna forma representan). Por eso Óscar reflexiona: “estoy cansado de intentar explicar esta maldita insuficiencia, esta sensación de que todo es mucho más banal y efímero de lo que debería, siempre persiguiendo algo que, una vez atrapado, se vuelve inútil”.

El asesinato de Alba y la acusación contra Isaac magnifican las tensiones y el desencanto de Óscar sobre su vida, su destino y las promesas de felicidad y prosperidad de la sociedad española actual. No es solo un malestar individual el que abruma a Óscar y a sus amigos, nos dice López, sino “la estulticia de toda una época”, enredada en un trama de corrupción política, especulación inmobiliaria y pérdida de los ideales.

 

Rubi Guerra es narrador, editor, periodista y promotor cultural. Es fundador de la sala de arte y ensayo Ocho y Medio y asesor de la Casa Ramos Sucre en Cumaná, Venezuela. Ha publicado casi una decena de libros, entre los que se encuentra La tarea del testigo (Premio Rufino Blanco Fombona, 2007), Las formas del amor y otros cuentos (Premio Salvador Garmendia, 2010), El discreto enemigo, que editó en 2016 Madera Fina.

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