Detrás de Adelaida García Morales está la escritora Elvira Navarro

Distinto a lo que reza en su contraportada, Los últimos días de Adelaida García Morales no es el relato de “las jornadas que precedieron a la muerte de la autora”. A partir de una anécdota según la cual, días antes de su deceso, la escritora supuestamente se presentó en la delegación de Igualdad en Sevilla pidiendo cincuenta euros para pagar un pasaje que la llevara a Madrid con el objeto de visitar a su hijo, la novela de Elvira Navarro se bifurca en dos historias. Una es la de la concejala de Cultura que recibe la petición y despide a la escritora enviándola a Servicios Sociales. La otra es la del documental que está haciendo una realizadora audiovisual a partir de las declaraciones del psiquiatra de la Seguridad Social que atendió a la autora hacia el final de su vida, una compañera de clases en las Teresianas y una conocida cuyo hijo iba al mismo colegio que el de García Morales, y que lleva el título (aunque sea tentativo) de la publicación editada por Random House Mondadori.

Autora de catorce títulos, entre los que se encuentran El silencio de las sirenas, que en 1985 ganó el Premio Herralde de Novela, y El sur, que Víctor Erice llevó con éxito al cine, Adelaida García Morales alcanzó el estatus de celebridad literaria. Sus libros llegaron a ser lecturas obligatorias en los colegios y su nombre, sinónimo de la nueva mujer total que supuestamente produjo la transición española: modelo, actriz y escritora. Pero para finales la década de los noventa su obra se hizo “mimética y poco ambiciosa (…) convencional en sus planteamientos narrativos” –según piensa uno de los personajes creados por Navarro– y la autora nacida en Badajoz en 1945 fue sumiéndose en el olvido. Para el momento de su muerte, acaecida el día 22 de septiembre de 2014 en la provincia sevillana de Dos Hermanas, ya era casi una desconocida. De hecho, la falta de reconocimiento de su obra se hizo patente porque los obituarios y artículos conmemorativos publicados en la prensa cuando murió eran escasos: apenas ocho necrológicas escritas por críticos, ninguno de ellos “firmas de renombre”. Varias de estas notas periodísticas aparecen citadas por Navarro en las siete páginas de créditos que acompañan su novela. Lo más sorprendente es que tal tendencia al mutismo puede no haber sido fruto de los intereses o de la desidia de sus contemporáneos, sino quizá también designio de la propia autora, “guiada por la voluntad de silencio, de la desaparición”.

La paradoja que establecen estas dos tendencias contrapuestas que configuran el mutismo alrededor de la obra de García Morales la encarnan las mujeres que llevan las dos anécdotas que conforman la novela de Navarro: la indolencia gubernamental signada en la concejala y la relación del artista con la perdurabilidad, que representa el personaje de la documentalista.

La primera es una funcionaria pública mediocre y resentida porque cree que los artistas la desprecian por considerar que los programas que ella y su equipo organizan tienen poco nivel. Su trabajo, la actividad que le ocupa toda la jornada laboral y que le impide leer y participar en cualquier otra actividad cultural que no sea ir al teatro o al cine –¡a ella que representa nada menos que la cartera de Cultura!–, apenas consiste en “abrir diligencias que la mayoría de las veces no conducen a ningún lugar porque no hay demasiado presupuesto ni (esto es lo que menos hay) interés en gestionar adecuadamente los pocos recursos con los que cuentan”. Por miedo a que le reclamen su indolencia, la aqueja el remordimiento cuando se entera de la muerte de la autora y se pregunta si vale la pena organizarle un homenaje póstumo a quien adrede se había alejado de la celebridad.

«La concejala opina que uno se construye o se destruye solo y que la única excepción a esto son los azares extremos»

En cambio, para la otra mujer, la oscuridad de García Morales representa una oportunidad creativa. Más allá de lo que declara Navarro que es el conflicto de la realizadora –“hacer una historia de ficción con una persona que existió de verdad”–, la falta de homenajes, la poca prensa que suscitó su muerte, la depresión que aquejó a García Morales en sus últimos días y su deseo de mantenerse en el anonimato hacen a la documentalista preguntarse cuál es el verdadero sentido de la inmortalidad en la literatura. Y es en ese momento cuando Navarro imprime más valor a su obra. Porque a la pregunta sobre por qué se exige a las mujeres escritoras y no a los hombres una reflexión sobre su propia identidad en su literatura y a la ponderación sobre cómo influye el canon en el legado de un artista, Navarro las matiza con la honestidad de una anécdota donde cuenta que, por temor a ser menospreciada, la realizadora no se atrevió a confesar su entusiasmo por El silencio de las sirenas, ni siquiera a sus compañeros de curso que mas leían; “no porque no lo mereciera, sino porque el tema podía ser considerado demasiado femenino: una joven muriendo de amor”. Así queda en evidencia que es motivo para la invisibilización de una obra no solo la mujer que la escribe, sino también los temas sobre los que escribe, incluso cuando ensayan la identidad –pues, ¿qué otra cosa es el amor sino la forma más radical de definirnos en relación al otro?–. En consecuencia, lo que convierte a una obra en arte es menos el gusto individual, o incluso del grupo, que las oscuras imposiciones del status quo.

«La realizadora se sorprenderá, en fin, de que la herida que se le abrió cuando fue incapaz de defender a García Morales ante sus amigos lectores por miedo al menosprecio no se haya cerrado, y de lo que es significa: que sigue siendo cobarde»

Por dedicar su novela a la figura de una autora que existió en la vida real, Navarro recibió las críticas inflamadas del exmarido de García Morales. Pero si hubiera sido el sólo detalle biográfico el que alentó esta obra, poco interés tuviera. Y es que, en esto, el uso del nombre de García Morales es apenas eso: un nombre, aunque a Erice le parezca inmoral. Me parece más interesante leer esta novela no desde el nombre en su portada, sino por lo que tiene de reflexión sobre los desafíos que propone a la crítica, al público y a los propios autores la literatura escrita por mujeres.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

 

La foto de Adelaida García Morales que aparece en este artículo pertenece al archivo de la editorial Anagrama.

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