Un día en la vida culmina Los diarios de Emilio Renzi y la existencia de Ricardo Piglia

Un día en la vida es el título del tercer y último tomo de Los diarios de Emilio Renzi, escrito por Ricardo Piglia, y como en los anteriores volúmenes de esta obra monumental, Renzi, álter ego de Piglia, es quien asume la voz de estos diarios finales. A su vez, el tomo se divide en tres grandes bloques: “Los años de la peste”, que abarca los años que van de 1976 a 1982 (los años del horror de la última dictadura militar en la Argentina); “Un día en la vida”, un extenso relato en el que Renzi se transforma en personaje y cede la palabra a un narrador en tercera; y “Días sin fecha”, el bloque final, que reúne las anotaciones correspondientes a los últimos años del escritor, mediante pasajes que evocan y mezclan efímeros momentos de felicidad con los recuerdos de la última clase en Princeton y los días de la enfermedad, que marcan “la caída” —así llama el autor al último capítulo de este bloque, el que cierra Los diarios de Emilio Renzi—.

“Morir es difícil, algo me sucede, no es una enfermedad, es un estado progresivo que altera mis movimientos. Esto no anda. Empezó en septiembre del año pasado, no podía abrochar los botones de una camisa blanca.”

Como sucede ya en Años de formación (2015), el primer tomo, y en Los años felices (2016), el segundo tomo, en sus notas, Renzi no deja nunca de pensar las películas que vio, los libros que leyó, las mujeres que amó, los bares y los amigos que frecuentó. Los amigos que nombra en “Los años de la peste”, aquellos a los que más frecuenta, son Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, con quienes participa en la elaboración de la revista Punto de Vista; Jorge Lafforgue, nexo con el CEAL (Centro Editor de América Latina) y con su director Boris Spivakow (el primero en rechazarle un artículo a Piglia, o lo que es lo mismo: a Emilio Renzi); Andrés Rivera; José Bianco; Miguel Briante; María Moreno; José Sazbón; Bernardo Kordon; Luis Guzmán; Enrique Pezzoni; Ana María Barrenechea; Juan José Saer; y Héctor Lastra, entre otros. Relata encuentros con Alberto Laiseca; con Jorge Asís, ya entonces, según Renzi, un cínico en lo que a opiniones políticas se refiere; con Pacho O’Donnell, entre otros escritores e intelectuales; y recuerda a Alan Pauls, como la por entonces “joven gran promesa” de la literatura argentina.

Estos años a los que llama “de la peste”, lo hacen escribir cada vez más alejado de la vida académica, pero escribe todo el tiempo: escribe sobre Arlt, sobre Sarmiento (para el CEAL); escribe y da conferencias sobre Borges; prepara clases que dicta hasta en las casas de los mismos estudiantes, quienes —pese al peligro que ello implicaba entonces— generosamente ofrecen sus hogares para continuar adelante con los talleres y los cursos. (Esta universidad paralela, que ha sido denominada por Josefina Ludmer como la “Universidad de las Catacumbas”, fue tomando forma en estos años porque los militares habían intervenido todas las universidades del país). En suma, escribe ensayos, prólogos, artículos y traducciones que cobra de manera parcial y discontinua. Pero sobre todo, en estos años de horror, lo obsesiona la escritura de su gran novela, Respiración artificial (1980). Renzi —o Piglia— dice trabajar entonces hasta diez horas por día para terminar la novela. Dice tomar anfetaminas para no dejar de trabajar nunca; para no dormir, y seguir escribiendo. Esta obsesión, que en 1978 se vuelve el núcleo de sus notas en el diario que escribe, lo acompaña desde hace por lo menos dos años.

Finalmente logra terminar y publicar esa, su novela más importante. “Wittgenstein: «Mi trabajo consiste en dos partes: lo expuesto en él, más todo lo que no he escrito, y es esta segunda parte precisamente la más importante.» Buena definición de la novela que estoy por publicar: la política en esta situación es lo que no puede ser dicho”, anota en su diario. Este paralelismo que establece con el pensamiento de Wittgenstein define Respiración artificial en su dimensión histórico-política. Absolutamente.

Como en los volúmenes anteriores, a lo largo de las páginas, el lector logra armar en su cabeza una cartografía del autor, a través de las peripecias de la vida íntima (los amores, la familia, los amigos), los cafés, las pequeñas piezas de alquiler, las piezas de hoteles, el deambular clandestino: “Vivo de un modo extraño, trabajo, doy clases, hablo por teléfono, voy al cine, visito a amigos o ellos me visitan a mí. Todo debería estar unido o enlazado por mi escritura. Condiciones muy particulares. Irrealidad. ¿Cómo puede ser que sobreviva?”

 

La vida escrita y la vivida.

Tras la publicación de Los diarios de Emilio Renzi, nada de lo que se lea de Piglia será leído igual. “Los años de la peste” terminan con la guerra de Malvinas; o mejor, en sus vísperas, como dice Renzi en “Los finales”, el apartado que cierra este primer bloque del tomo III. Piglia así recuerda esos años finales de dictadura en la Argentina: “En Punto de Vista nos juntamos para hacer una declaración contra la guerra, que escribió Carlos Altamirano. Somos sólo cinco o seis los que vemos con calma el horror. La manipulación de la información y los titulares triunfalistas de los diarios y las noticias inventadas en la televisión crean un triste clima de euforia. Los exiliados argentinos, en su gran mayoría, apoyaron la posición de la dictadura genocida. Los militares fueron a la guerra buscando una salida política, la derrota debe ser saludada como un triunfo político.”

El segundo bloque, titulado como este tercer tomo, está destinado a relatar, como dice Renzi, un día en la vida: con sus detalles mínimos, sus incongruencias, sus dispersiones, sus precisiones, sus digresiones. Un día en la vida: “Un día, digamos veinticuatro horas, una destilación, una muestra del paso del tiempo”, dirá Renzi en “Los finales”, al cerrar el primer bloque. Aunque no será él quien narre este día, sino un narrador en tercera persona, quien a su vez, claro, como no podía ser de otra manera en este juego de espejos que establece Piglia en sus diarios, lo transformará en el personaje central de esta historia.

“Le interesaba la construcción literaria de la vida de un artista. Por ejemplo, un día en la vida de Stephen Dedalus, un día en la vida del Cónsul, o un día en la vida de Quentin Compson” escribe Piglia como si fuera Renzi que habla de sí mismo en tercera persona: “iba entonces a concentrar su energía en un punto, en un momento casi sin tiempo, dieciocho horas, digamos, de mi vida, un cristal que permite imaginar otros días iguales y permite detenerse en los fragmentos microscópicos de la experiencia. Y eso es lo que había hecho, o eso era lo que había hecho. Pasó todo el mes de febrero trabajando durante horas y horas en registrar una jornada de su vida.

“¿Había un final? ¿O era sólo un cambio de ritmo?”

 

Notas sobre la enfermedad y la inmortalidad.

El tercero y último bloque es el de los últimos años, el de la enfermedad (tema que atraviesa todo el libro, desde el comienzo), el de “la caída”. Así se titula el capítulo que cierra este volumen —y también Los diarios de Emilio Renzi—: “Hoy me he vuelto a caer, acontecimiento siempre sorprendente y estúpido, me levanté trabajosamente. En la cama, dificultades demoníacas para sentarme, luego busco en el ropero el pantalón y al girar caigo. Carola alucina, el portero sube. «No se preocupe, don Emilio», me dice, llega con el joven mucamo que recibe a los clientes de Deborah, la travesti que atiende en el piso 3. Entre los dos me ayudan a volver a la vida.”

“La dolencia que me aqueja está directamente relacionada con los años que he pasado bajo la luz cenital y mortífera de la gramática nacional. Hay que tener mucho cuidado con las palabras y las frases, doctor, al escribir.”

“El genio es la invalidez.” Esta es la frase que cierra este tercer tomo. Y la invalidez, ya lo dice Renzi en los diarios, está de algún modo atravesada por la sintaxis argentina. En buena medida es ella la culpable. No se sale indemne de ella. Ningún gran escrito lo ha logrado: “la dolencia que me aqueja está directamente relacionada con los años que he pasado bajo la luz cenital y mortífera de la gramática nacional. Hay que tener mucho cuidado con las palabras y las frases, doctor, al escribir.” Esta obsesión por el lenguaje, por la literatura, por su sintaxis y la de sus compatriotas, es una marca en Piglia (o en Renzi). Sus diarios dan cuenta de ello. Su obsesión literaria lo hace pensar todo el tiempo en lo mismo: futuros cuentos y novelas que esboza a cada momento, con los cuales sueña en ocasiones, y lecturas que debe completar cuanto antes. Todo en su vida parece girar alrededor de la literatura. “Transcribir el diario sería escribir mi versión de En busca del tiempo perdido”, escribe. Y eso es lo más importante:

“En este diario hay una intriga: qué habrá de suceder al fin y al cabo con esa seguridad que, en el fondo, siempre tuve sobre mi futuro como escritor. La elección ciega y segura que hice en aquellos años cuando empecé a dejar todo (antes que nada, escapar de cualquier lazo familiar) por «la literatura» (que no era nada para mí, salvo esa apuesta), ¿en qué terminará? Otros tienen miedo de su vejez, pero yo, en cambio, tengo una especie de confianza ciega sobre un futuro en el que alcanzaré lo que busco (aunque no sé muy bien qué es eso). El presente se presenta mal, y el futuro próximo también, pero los años últimos serán los que harán lugar a esas viejas esperanzas. Extraña mitología personal.”

 

Ezequiel Gusmeroti es crítico literario e Investigador en el Instituto de Artes del Espectáculo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es colaborador frecuente de Colofón Revista Literaria y coordina varios talleres de lectura y escritura en Argentina.

 

Se reproduce en esta nota un video de una entrevista con Ricardo Piglia de 2013 en el que habla de su novela Camino de Ida después de su presentación en Casa de América (Madrid). La foto de Ricardo Piglia que abre este artículo la tomamos de una reseña sobre Formas breves que aparece en la revista El Anaquel: https://el-anaquel.com/2014/09/04/formas-breves-ricardo-piglia/ 

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