Eduardo Halfon: El Duelo por el hermano resiente tiempo y espacio

“Siempre me ha espantado más la desidia del hombre

ante el horror que el horror mismo.”

Duelo, Eduardo Halfon

En castellano, la palabra “duelo” tiene dos significados diferentes. Como sustantivo, el duelo es sinónimo de pelea; como verbo, la primera persona del presente en modo indicativo de la voz activa. Yo duelo. En el habla coloquial, la forma verbal se usa como sinónimo de luto, otra manera de definir la pena que causa la muerte de un ser querido. Y dentro del triángulo que forman esos sentidos se ubica la categoría emotiva que establece el psicoanálisis: el dolor de la pérdida (sentimental o material). En la mayoría de los casos se refiere a la muerte de un ser querido, pero puede ser el final de una etapa de la vida, como la niñez. Para algunos psicólogos, la incomodidad que sentimos durante la adolescencia resulta del duelo por el idealismo perdido de la infancia.

La muerte del padre o de la madre son temas narrativos tan frecuentes que representan tópicos literarios. Sin embargo, lo que hace Eduardo Halfon en Duelo es algo distinto: indaga en el significado de la pérdida del hermano. Así establece una categoría nueva de conclusiones sobre las relaciones familiares. El autor guatemalteco nacido en 1971 escribe sobre Salomón, el hermano mayor de su padre, fallecido en la niñez. Su nombre honraba la casualidad de que sus dos abuelos (los bisabuelos paternos del escritor) se llamaran así. Además, también el hermano menor de su abuelo polaco se llamaba Salomón y murió de hambre en Polonia, durante la Segunda Guerra Mundial. Era el único hermano varón del padre de su madre, León Tenenbaum. Este embrollo de “salomones” le permite al autor desentrañar en su novela biográfica el sufrimiento por la inocencia perdida en la historia familiar y en la particular. El hermano muerto en 1944 y el ahogado en un lago en Guatemala en los años cincuenta representan el hermano vivo del autor porque todos signan el pasado.

La maravilla de la nouvelle ganadora de la primera edición del Premio de las Librerías de Navarra es que no solo representa un luto en la dimensión del tiempo, sino también del espacio. Un duelo que el escritor comparte con sus antepasados migrantes. Porque sobre la imagen del lago guatemalteco de Amatitlán, donde el niño Halfón temía encontrarse flotando el cadáver de su tío se superpone la imagen del gueto en la ciudad polaca de Łódz. Sus antepasados abandonaron las guerras mundiales o civiles de Europa o el Medio Oriente para establecerse en América Latina y sus padres hicieron lo mismo con Guatemala cuando la desigualdad social y la violencia de las guerrillas se hizo insoportable. Igual que sus abuelos maternos migraron desde Polonia y sus abuelos paternos del Líbano, la familia de Halfón se fue del país donde nació el autor para mudarse a Estados Unidos. Allí terminó de formar su identidad híbrida, en la gestión de las múltiples capas de su herencia judía, árabe e hispanoamericana, en contraste con la cultura norteamericana.

“Usted no escribirá nada sobre esto, me preguntó o me ordenó mi papá, su índice elevado, su tono a medio camino entre súplica y mandamiento. (…) Por su puesto que no, le dije, quizá sincero, o quizá sabiendo que ninguna historia es imperativa, ninguna historia necesaria, salvo aquella que alguien nos prohíbe contar”

Cita de una escena borrada de Duelo

Duelo es un viaje entre Guatemala y Estados Unidos tanto como entre el viejo y el nuevo continente. Su largo recorrido se inicia cuando el niño recién mudado a Norteamérica comienza a indagar sobre el destino del tío que no conoció: “[Conté a mis compañeros que] ese niño Salomón, además de hermano de mi papá, había sido el rey de los israelitas, pero que se había ahogado en un lago de Guatemala, y que su cuerpo de niño y su corona de rey seguían allá, perdidos para siempre en el fondo de un lago de Guatemala, y todos mis compañeros aplaudieron”. Y después del país de la juventud vuelve al de la infancia, a donde llega a la valoración de la adultez y de la posibilidad de la descendencia frente al mismo lago Amatitlán en donde tantas veces nadó de pequeño, cuando el protagonista que es el autor descubre la historia de cómo los dioses mayas crearon al colibrí “que vuela de aquí para allá con los pensamientos de los hombres”.

En inglés, la lengua que Halfon adoptó como propia entre los 10 y los 24 años, la lengua en la que vivió su adolescencia y temprana adultez, el colibrí es un hummingbird, palabra que se traduce, de forma literal, como “pájaro que tararea”. Esa misma forma de cantar entre los dientes sin emitir palabra, la tonada que es un rumor sin letra se parece al murmullo de la herencia familiar dentro de la historia particular. Allí suena el estribillo del duelo ancestral, a la vez un luto propio y una pelea con el pasado, en donde se cifra la herencia de la identidad.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

 

La foto que encabeza esta reseña la cedió el propio Eduardo Halfon. Pertenece al álbum de su familia polaca, los Tenenbaum. De izquierda a derecha aparecen su abuelo León, su tío abuelo Salomón (el que murió de hambre en Łódz) y en el centro están sus tías abuelas Masha y Raizel. En el costado derecho, los padres de todos, la joven pareja de bisabuelos. Según cuenta Duelo, León Tenenbaum mantuvo esta foto colgada a la par de su cama toda su vida.

Tags:
0 shares

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *