En la novela Temporada de huracanes de Fernanda Melchor hiede a sangre seca
Las palabras ahorcan, arrastran y entierran. Ellas, con su fuerza soterrada y antigua, se recogen en el terror y el tiempo y nos hacen sentir la sangre seca sobre el rostro. Palabras tan potentes como dosis de heroína que transforman, en un segundo, el invierno en un trópico de aromas dulzones y casas a medio hacer. Palabras que la escritora mexicana Fernanda Melchor sabe usar. Temporada de huracanes es la prueba: el delito y el cadáver.
Empecemos por el principio que es, fundamentalmente, el final. Temporada de huracanes emplea la fórmula de la novela negra: nos presenta el hallazgo de un cadáver; en este caso, el de una señora de grandes caderas que espera, putrefacto y medio hundido en una quebrada. Ella fue una bruja en un pueblo perdido, o mejor: La Bruja, una mujer que “si alguna vez llegó a tener un nombre de pila y apellidos como el resto de la gente del pueblo fue algo que nadie supo nunca”.
Por esta ruta inicia la narración. Exponiendo a una mujer sin nombre, muerta. Después vamos recorriendo la historia de este asesinato. El ritmo trepidante de la narración recuerda a la película de Gaspar Noé, Enter the void: en ella, la cámara obra como un espectro que se sumerge en los personajes para mostrar cómo ocurren los hechos. Así vemos a los implicados del asesinato de la bruja.
Al tiempo que contemplamos la historia de este asesinato, somos testigos de la narración de estos otros personajes. Se tratan de vidas trastocadas por la realidad del trópico mexicano que no dista mucho de cualquier otro trópico: calor, mosquitos, mezcla de agua salada y dulce. En medio de la densidad vegetal, asesinatos, sangre derramada, sexo fuera del margen y una serie de acciones que transforman a esta novela en un retrato hiperrealista.
Allí se mezcla lo que Truman Capote llamaría “color local”, pero exacerbado: la jerga invade las páginas. Su traducción a otros idiomas puede llegar a ser problemática como la de Trainspotting de Irvin Welsh. Leer a Melchor no es solo contemplar el “color local” sino un espectro mayor de este, una pintura completa llena de matices como en la célebre pieza Edward Munch, pero en donde no hay ya un solo grito, sino un coro que reclama a voces una solución para el desamparo.
Justo este es el tema central de la novela, el desamparo: de la familia pues además de la muerta, hay hijos abandonados y criados por sus abuelas o tías; el abandono estatal; el abandono económico. También se habla aquí del desamparo de la razón, pues las creencias de la gente del pueblo se fundan sobre una base mística. Como en la literatura de Juan Rulfo, de quien hay una fuerte influencia en esta novela, los personajes de Temporada de huracanes hablan a los espíritus y le confían el aborto o la salud a la Bruja.
«¿Ya vieron? ¿La Luz que brilla a lo lejos? ¿la lucecita aquella que parece que parece una estrella? Para allá tienen que irse, les explicó; para allá está la salida de este agujero»
Pero no agotan allí las comparaciones con Rulfo. Como en Pedro Páramo, el personaje central es la bruja: una ausente, una muerta. Ese hecho rodea a la narración de un halo especulativo: el chisme y el dicho de provincia ganan una importancia que la literatura grandilocuente suele dejar de lado. Los recuerdos sobre la Bruja ayudan a mitificarla y transformarla en un personaje espectral. Espectro, como los demás personajes.
Junto a la obra de otras autoras hispanoamericanas como las argentinas Samantha Schweblin y Mariana Enríquez, así como la ecuatoriana Mónica Ojeda, Temporada de huracanes es una de las novelas negras más impactantes del panorama literario actual en América Latina. Un terror que nace del hastío y, como dije antes, del desamparo; un terror cotidiano que Melchor también refleja en Falsa liebre, su primera novela, publicada por la editorial independiente mexicana Almadía en el año 2015, haciéndolo palpable por medio de ese lenguaje cotidiano y preciso. Es como si la autora, con sus novelas, con un machete afilado ese “telón de la realidad” que propone Milan Kundera como definición de la literatura.
Al final de Temporada de huracanes, cuando el rostro del lector está bañado en sudor, se halla una respuesta, o mejor, una salida “¿Ya vieron? ¿La Luz que brilla a lo lejos? ¿la lucecita aquella que parece que parece una estrella? Para allá tienen que irse, les explicó; para allá está la salida de este agujero”. Sí, esa es la salida: huir, correr lejos del desamparo y el terrible aroma a sangre seca.
Mateo Ortiz Giraldo (@plumasinave) Lector y reseñista. Acomete versos y prosa.