La concisión en las poetas: Mujeres aforistas
En el mundo hispanohablante, el aforismo experimenta una notable visibilidad. Una causa de eso es el auge de las redes sociales como Twitter, que potencia el impacto visual y los mensajes tienen límite de caracteres. Otra es el ritmo frenético de la sociedad, que influye en los hábitos de consumo multiplicando los lectores veloces, aunque no sea esta la opción más recomendable para acercarse a la literatura. Para Erika Martínez, aforista y editora del sello Cuadernos del Vigía, la revitalización del género se debe a la relación que mantiene su naturaleza lacónica con las características del sistema tardocapitalista actual. La concisión y la eficacia del aforismo se presentan como la fórmula perfecta para alcanzar la productividad.
El factor más relevante de la renovación del aforismo es la irrupción de la voz femenina, que hasta comienzos del siglo XXI había tenido apenas influencia. Pero esta incursión no ha sido igual en América Latina que en España. Irma Munguía y Gilda Rocha, dos investigadoras mexicanas que analizaron la situación del género a finales de los noventa, concluyeron que el aforismo había cuestionado casi todos los ámbitos de la vida social “excepto la concepción más tradicional, convencional y discriminatoria que ha tenido sobre la mujer”. En los ensayos El humor y la risa en el discurso aforístico o Hacia una concepción del aforismo como un nuevo discurso crítico, las catedráticas recuerdan que los aforismos de antes, más cercanos a las normas de conducta o a preceptos sentenciosos, eran ejecutados a menudo por filósofos, que se negaban a reconocer la voz femenina como capaz de sostener dogmas morales. En América Latina no se ha avanzado mucho en este sentido, a pesar de nombres de autoras como Lilian Elphick, que ha llegado al aforismo desde el microrrelato.
En España la voz femenina está en la palestra literaria. Desde comienzos de siglo, numerosas autoras han publicado en editoriales como Renacimiento, La Isla de Siltolá, Trea o Cuadernos del Vigía. Además, en los últimos años han proliferado numerosas antologías de aforismos que incluyen textos de mujeres. Desde que Trea publicara Pensar por lo breve. Aforística española de entresiglos (1980-2012), de José Ramón González, la antología más importante de aforismos publicada en España, hasta Concisos. Aforistas españoles contemporáneos, de la editorial Cuadernos del Laberinto, la última en publicarse. Antes, Manuel Neila había publicado en Renacimiento La levedad y la gracia, un ensayo sobre aforistas hispánicos del siglo XX, y León Molina Verdad y media en La isla de Siltolá, una extensa antología de aforistas también contemporáneos.
Bajo el signo de Atenea
La obra más importante hasta la fecha dedicada a las mujeres aforistas es Bajo el signo de Atenea, una antología brillante y completísima publicada por Renacimiento que reúne a 10 autoras contemporáneas de 3 generaciones distintas. Carmen Canet (Almería, 1955) e Isabel Bono (Málaga, 1964) pertenecen a la “generación de la democracia”; Ana Pérez Cañamares (Santa Cruz de Tenerife, 1968), Gemma Pellicer (Barcelona, 1972), Carmen Camacho (Jaén, 1976) y Erika Martínez (Jaén, 1979) aparecerían adscritas a la “generación de entresiglos”; y los nombres de Victoria León (Sevilla, 1981), Eliana Dukelsky (Buenos Aires, 1982), Azahara Alonso (Oviedo, 1988) y Raquel Vázquez (Lugo, 1990) son del grupo más reciente.
Manuel Neila explica en el minucioso prólogo que precede a la antología cómo Emily Dickinson, cuyos poemas eran casi aforismos, María Zambrano o Dionisia García son referentes de esta generación que “coincide en el tiempo con la aparición de la escritura fragmentada”. Añade que un rasgo definitorio del aforismo moderno, caracterizado por la “subjetivación del enunciado, la fragmentación del pensamiento y la literaturización de la expresión” es la irrupción de la voz femenina, “esa que las mujeres vienen reclamando frente al orden simbólico masculino”. Así se entiende la propuesta del título, Bajo el signo de Atenea, la diosa griega de la inteligencia y el pensamiento.
Cada parte del libro viene precedida de un texto que incluye los datos biobibliográficos y la interpretación que establecen las mismas autoras sobre la naturaleza del aforismo. Las propuestas congenian por pertenecer a un mismo contexto temporal donde comparten “una verdad de orden personal”, como enuncia el prólogo. La primera que aparece en el libro y la más veterana en el género, Carmen Canet, confía en un aforismo de “aire ligero, alejado del tono grandilocuente, sentencioso y moralista”. Esto propone un matiz diferente al de Neila en el prólogo, donde asume que el aforismo “sigue teniendo una orientación ética, sin ser una máxima grabada en piedra”.
Isabel Bono desconfía de que sea este género el que ella cultiva de manera explícita, tanto que denomina “casiaforismos” a sus breverías. Su estilo se acerca a lo cotidiano, a veces, de forma lúdica —“Hay ese eme eses que son ese o eses”—, y siempre busca la profundidad poética: “He plantado mi bandera en tierra de nadie. El horizonte es mío”. De otro lado, Ana Pérez Cañamares considera que los aforismos son “certezas que se miran de reojo”, y desde una perspectiva poética y reflexiva escribe metáforas tan brillantes como “Los humanos enjaulan a los pájaros por envidia de alas” —es habitual la inclusión de animales en sus textos— o enunciados tan potentes como “El amor es un hachazo en toda la biografía”.
“He plantado mi bandera en tierra de nadie. El horizonte es mío”
Isabel Bono
Como Lilian Elphick, Gemma Pellicer llegó al género a través del microrrelato, por eso no son extraños sus enunciados narrativos, como “El niño comparte un tesoro. El joven lo muestra. El adulto lo guarda. El viejo lo reserva”. Otros aforismos suyos podrían ser versos, como “Las ausencias son presencias en sombra”. El ingenio más puro, fresco y espontáneo llega de la mano de Carmen Camacho, que denomina “minimás” a sus aforismos, “rodeados de silencio por todas partes”. Deslenguada y profunda, lúdica y poética, escribe estas cosas: “Narciso peina sus bigotes. Encuentra una cana. Arranca el espejo”. Y en menos palabras… “Arquímedes, cariño, derrámate”.
El aforismo filosófico, incluso metafísico, es el que cultiva Erika Martínez. Sabe que hay algo que nunca puede perder de vista: la poesía. Sus aforismos son reflexivos, a veces complejos, pero el lector agradece que en líneas generales se salga de la horma. Es fácil reconocer su virtud intuitiva en los juegos de contraposiciones que propone —“En la voz de un extraño resuena un yo más amplio” o “Precipicio: cumbre interior”— pero también sabe ser irónica y mordaz: “Dios ha muerto de mentirijilla”. Este tipo de reflexiones también son habituales en los aforismos de Victoria León. En la mayoría de los casos son esclarecedores, a veces desde un estilo divulgativo, otras son místicos, paradójicos y exponen grandes metáforas —“Hay días que son cambios de rasante mal señalizados”— e imágenes de gran belleza narrativa: “Qué solos nos deja el silencio ruidoso del lenguaje vacío”.
“Las ausencias son presencias en sombra”
Gemma Pellicer
Eliana Dukelsky coincide con Victoria León en la propuesta de aforismos para todos los públicos. Pero no se conforma con nimiedades, y si a veces llegara a parecerlo, es que no se ha detenido uno a tiempo. “Muy identificada con la naturaleza híbrida y apátrida” del aforismo, escribe: “Curioso lo que uno sabe gracias al olvido”. Y “Mujer, sé tu propio hombre”. Por otro lado, Azahara Alonso coincide con José Bergamín cuando dice que “No importa si el aforismo es cierto o incierto. Lo que importa es que sea certero”. Por eso escribe esto: “Las monedas y las llaves están hechas del mismo material”. Además, casi todos sus aforismos son metaliterarios, o sea, paráfrasis de la propia literatura: “Las palabras son los ladrillos de la civilización”.
Los aforismos críticos, poéticos y a veces demasiado largos de Raquel Vázquez cierran la recopilación completa y coherente, pero sobre todo necesaria. Lo difícil de una antología es la síntesis fidedigna del significado de toda la obra de un autor, pero en esta antología lo importante es su reivindicación de la mujer aforista. Resulta casi frívolo justificar que la calidad de la literatura no está condicionada por el sexo de quien lo lleve a cabo, pero lamentablemente, hay que seguir haciéndolo. Bajo el signo de Atenea es una protesta contra esto.
Jaime Cedillo (@JaimeCedilloMar) es periodista, músico y poeta. Colabora con El Cultural, publicación del diario El Mundo y con otros medios de comunicación. Se graduó en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la Universidad Rey Juan Carlos I y cursó el Máster de Crítica y Comunicación Cultural de la Universidad de Alcalá de Henares.
La ilustración que encabeza este artículo es de Ricardo Chávez y la hemos tomado de la web http://kajanegra.com/