En Lacrónica, Martín Caparrós cuenta su acercamiento al periodismo

Lacrónica es, por el momento, el último libro del prolífico autor argentino Martín Caparrós. Lacrónica es, a su vez, muchas cosas más: un manual sobre el género, una autobiografía, un libro de viajes, una antología; pero también es un libro sobre el periodismo y la literatura actual –sobre sus límites difusos–, sobre aquello que llamamos realidad y aquello que transformamos con nuestro ojo al ponerlo en palabras, la ficción y la no-ficción: es un libro sobre la escritura.

Como la objetividad no existe, y Caparrós se encarga en reiteradas oportunidades de subrayarlo a la hora de hablar de periodismo, Lacrónica –así, con artículo y sustantivo unidos en una sola palabra– es su acercamiento al género; es la crónica según Martín Caparrós. Allí, el autor confiesa que le gusta pensar a lacrónica como “un texto periodístico que se ocupa de lo que no es noticia”. Y dice más: “Por definición lacrónica cuenta el presente: no puede sino contar el presente –o un pasado hecho presente por el hecho de contarlo. Y a muchos les interesa releer lo que ven todos los días. Para eso sirven, entre tantas otras cosas, los relatos: para re-ver, para mirar de otra manera aquello que estamos acostumbrados a mirar”. Y más aún: “La crónica es una forma de pararse frente a la información y su política del mundo: una manera de decir el mundo también puede ser otro. La crónica es política”. Y agregamos: la escritura, toda escritura, es política.

Hay, para Caparrós, una forma de la escritura que construye la crónica que es eminentemente política. Problemas de la mirada, cuestión de óptica: o política de la mirada u óptica política –la del cronista. “Mi cronista, por supuesto, es una construcción, pero una construcción no muy explícita: aparece en su mirada, en sus observaciones (…) me he pasado la vida diciendo que el peor error que puedo imaginar consistiría en creer que escribir en primera persona equivale a escribir sobre la primera persona: ésos que empiezan sus historias diciendo cuando yo, yo sé, yo estuve ahí (…) Cuando el cronista empieza a hablar más de sí que de lo que lo rodea deja de ser interesante (…) El cronista se construye en lo que cuenta –que es, sin duda, lo que cuenta”. Como sostiene Caparrós, “la forma más rotunda de decir yo es escribir”, por esta razón la crónica es política, porque el cronista asume su relato, se hace cargo de él, se muestra diciendo, escribiendo.

La otra obsesión del autor argentino sobre la cual vuelve en más de una oportunidad a lo largo del libro es el tono, pues piensa que hay que saber encontrarlo en la crónica: “Un día, de pronto, el sujeto descubre que ya tiene una lengua”, dice Caparrós. Antes decía: “Hacerse de una voz: encontrar formas de la voz que se hagan propias”. Para conseguirlo hay que aprender, y aprender es imitar, por tanto hay que leer todo cuanto se pueda, ya que las palabras son la materia prima del cronista. En este punto, Caparrós distingue las primeras palabras de las segundas. En periodismo, dice, por algún defecto del oficio, por un mandato o un mito, se suele trabajar siempre con las segundas palabras: “(…) el periodista piensa llegó y escribe arribó, piensa pájaro y escribe ave, piensa subió y escribe ascendió (…) piensa piensa y escribe reflexiona (…) Esa prosa hecha de segundas palabras es el jarrón de loza imitación porcelana con flores chinísimas de plástico: el kitsch en todo su esplendor, su sombra”. El cronista se define; Caparrós afirma: “Me gustan tanto las primeras palabras. Las veo nobles, tan decentes, tan brutas”. Así, el tono es el carácter de la prosa y “Lacrónica es la forma de relato real donde la prosa pesa más. Lacrónica está hecha de su prosa y, al construirla, construye una herramienta contra la trampa más común de los periódicos”.

“Lacrónica es la forma de relato real donde la prosa pesa más. Lacrónica está hecha de su prosa y, al construirla, construye una herramienta contra la trampa más común de los periódicos”

A lo largo de las páginas, mientras ensaya distintas ideas sobre lacrónica, el autor repasa sus viajes, y con ellos actualiza sus crónicas: así, nos lleva de la selva boliviana a las playas de Sri Lanka; de los bombardeos de Belgrado a Hong Kong; de La Habana a Colombia; de Kishinau a Níger. En el medio, las reflexiones en torno a lacrónica, el repaso por muchos de sus mejores libros, su fanatismo por Boca Juniors, el cruce con el dictador Videla, las entrevistas a Juan Rulfo y a Ryszard  Kapuściński –la entrevista como género: “(…) esa situación inverosímil donde un dizque periodista puede preguntarle a un desconocido cositas que no se atrevería a preguntarle a su mejor amigo (…) dos personas simulan un diálogo que no circula entre ellos dos. Hablan como si se hablaran, intensos concentrados, pero no: los que se hablan son, en principio, el dinero y el público”.

Finalmente, Lacrónica es también un homenaje al maestro Tomás Eloy Martínez. El libro cierra con una dedicatoria al autor de Lugar común la muerte. Antes de cerrar el volumen, Caparrós evoca a Martínez, quien alguna vez escribió: “Todo texto es fatalmente autobiográfico, pero las columnas de prensa no tienen por qué convertirse en un confesionario. Si traiciono esa ley de hierro es porque no me perdonaría jamás seguir adelante sin decir todo lo que le debo”.

Ezequiel Gusmeroti es crítico literario e Investigador en el Instituto de Artes del Espectáculo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es colaborador frecuente de Colofón Revista Literaria y coordina varios talleres de lectura y escritura en Argentina.

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