Las Señales subjetivas de José María Molina Caballero
Con el poemario Señales subjetivas de José María Molina Caballero respiramos ese aroma primigenio que, tras la lluvia, despierta en los arriates del corazón el aroma de lo promisorio. Exacerbada y diferida es la proclama social que actualmente se pregona como canto de sirena y salvoconducto hacia el destino que ampara lo artificial. Padecemos esa enfermedad terrible de la indolencia y cierto grado de conformismo se subroga a ese ansioso deseo de colmar nuestra prosperidad en todos los sentidos. Es el débito contraído con la instantaneidad y premura del mundo contemporáneo, acentuada por ese alijo de promesas incumplidas que descienden al sótano donde depositamos nuestras pertenecías menos estimadas. Tal vez porque nos recuerdan que en el inventario de pérdidas que somos, solo a nosotros nos corresponde hacer la siempre mudanza siempre pendiente a lo esencial.
Publicado por la Editorial Nova con prólogo de Federico Mayor Zaragoza, el libro nos de muestra que en la verdadera dimensión poética, la capacidad introspectiva se anuda a la vivencial, reafirmando la naturaleza de su mandamiento irrenunciable en acometer el asalto a lo definitivo. En ese avatar siempre insatisfecho por la exigencia y el compromiso, la fe provee la incursión en territorios ignotos donde la tea encendida de la palabra poética redescubre los vestigios que nos habitaron. Con esta obra de poderoso crédito existencial, revivimos la estela del cometa que nuestros ojos apreciaron alguna vez en esa lejanía que aflora cuando se despierta lo inédito y venturoso como milagro. Pero también en la contradicción aceptada de nuestros miedos y sinsabores. Entonces ¿a qué atenerse? Sencillamente a ese itinerario que atinadamente da título a este hermoso pronunciamiento lírico de versos endecasílabos, cuyas reminiscencias enraizadas en el Siglo de Oro español son, a su vez, un posicionamiento de exhortación y atención en el engarce con la mejor tradición lirica en los albores del siglo XXI.
“Soportamos las pruebas de la vida
en los designios del hilo prendido
en el perenne mar de nuestras dudas”.
Con esta hilatura su autor crea y recrea ese tapiz de agua de su verso gozoso e íntegro. El texto poético se asoma por la rendija de la puerta entreabierta como un niño que quisiera no ser descubierto mientras observa como único testigo ese relumbrar de estancias, “Te reconozco. Hoy te reconozco / en las espigas de luz y en los libros del silencio caduco de mis días/ (…) Ahora te reconozco indiferente”. En esta versión donde la derrota adquiere la connotación de aprendizaje y es corolario de fortaleza nostálgica, “Es el tiempo quien siempre nos ignora / y nos oxida sin ningún remedio”, la fluidez de la palabra se transforma en designio primero y último, “La vida terminó de ser un cuento”. Y aunque el olvido se revele con voz propia para cercarnos con su rumor de adviento retimbrado, lo hace con afán liberador, “Si cruzamos la sombra de la sombra / de la verde memoria de la albahaca / en los umbrales del olvido roto,/ navegaremos al fin por los mares más propicios del tiempo que nos vive”. En este fecundo diálogo con la conciencia, el tránsito por la belleza prende con pasos cintilantes, como una nube rasgada por el tibio sol y transida en su alto vuelo, cuyo poder benefactor se hace omnipresente…
“La belleza es alivio para todos”.
La naturaleza es un elemento salvífico que contribuye a atesorar un caudal de rumoroso eco. Abluciones del alma ante lo efímero y turbio de nuestros actos, “El agua rompe voces y distancias / y hasta redime los nudos del llanto cautivo de los pasos y el olvido. / Con el agua se vuelve todo puro / otra vez, aunque sea por poco tiempo”. Esa identificación con el medio natural es en realidad la génesis donde la proyección lírica se aposta para asestar su mayor acometimiento: cuestionar nuestra propia vida para ser conscientes de lo que realmente encierra, para no desterrarnos en lo banal, para refundar el corazón con el amor, “Los lirios exiliados del invierno /transitan por la tarde misteriosa y los temores de la sombra triste. (…) Cuando mis ojos miran a tus ojos / ambos refulgen en su incandescencia / Nada es más grande que la dulce luz / centinela del sol de tu mirada” y recomenzar otra andadura que nos lleve a la incertidumbre, “Hoy es propicio para que viajemos / al paisaje interior de la existencia / con su manto de sombras inauditas. (…) Hoy es propicio para que viajemos / al insondable mar de nuestras dudas”. La levedad es compañera en nuestro viaje por más que pretendamos obviar su llamada en la puerta, “El sabor de la vida se te escapa / y en tu lecho, apenas si te inmutas”
Con esta arquitectura poética el autor ruteño contrae la corresponsabilidad con el latido en la hondura. A modo de zahorí, despliega su intuición mágica para detectar esa corriente íntima de las emociones. Con sumo tacto, cuido y sensibilidad decanta la palabra hasta la manifestación de la pulcra y poca común sencillez. En esa misma correspondencia con su labor como editor en Ánfora Nova —empresa que este año cumple su trigésimo aniversario—, ha jalonado una rica, intensa, creativa e impulsora biografía de proyectos e iniciativas literarias donde la calidad exigente ha marcado su camino desde un primer momento. Y cuya vocación internacionalista le ha llevado a contar con autores de reconocido prestigio, pero también siendo generoso y cómplice con aquellos que dan sus primeros pasos. En esa labor silente pero laboriosa del oficio noble que desarrolla con apasionamiento reflexivo y ponderado equilibrio. A esto cabe añadir que, siendo fiel a sus orígenes y paisaje seminal, la ciudad de Rute, enclavada en el paradisiaco centro geográfico del parque natural de las Sierras Subbéticas Cordobesas, es el lugar de su acomodo editorial. Hasta el cantil del viento, recordando al Poeta Mayor Francisco Basallote con el título de su magnífica obra antológica, el autor de Señales subjetivas nos invita a este otero privilegiado donde limpiar nuestra mirada y uncirla al descubrimiento de nuestro verdadero yo y su resonancia más humana, “Desnudamos las sombras de la noche / y en nuestros ojos de luz y ceniza / escondemos las hojas arrancadas / al libro de los sueños crepitantes: la música caduca de la vida”
Pedro Luis Ibáñez Lérida pertenece a la Asociación Colegial de Escritores de España, sección Andalucía, así como a la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios.