Leonardo Cano: «Quería escribir sobre las aspiraciones desbaratadas»
La primera vez que Leonardo Cano leyó La ciudad y los perros comprendió que era posible ser moderno sin andar en chaqueta de cuero o con tatuajes. Que la corbata y el aire de gentleman de Mario Vargas Llosa no le quitaban actualidad a su prosa, la cual era, de hecho, mejor que mucho de lo que leía. Y, encima, la había publicado años antes de que él naciera. “Con el tiempo, uno se da cuenta de que puede sentirse discípulo de alguien al que nunca conocerá pero ha seguido fielmente en sus libros, en sus ficciones, en sus ensayos literarios y al que también ha estudiado en sus conferencias”, dice el autor de La edad media.
Y, quizá de forma inconsciente, el discípulo emuló al maestro. Como en La ciudad y los perros, en la primera novela de Cano se habla de la formación de un grupo de jóvenes. Pero no trata de la severa disciplina militar en la educación de los varones en Perú a mediados del siglo XX. Habla de las expectativas de la generación de los españoles que rondan hoy los cuarenta años, a través de las historias cruzadas en el tiempo de tres estudiantes del Bosco que tienen que enfrentarse a la realidad que les tocó vivir: el hijodelrana, Fauró y Moya.
Cano pasó muchos años completando en su cabeza las piezas de esta obra que le acompañaba siempre como una idea borrosa, “casi inabarcable, que iba demorando por la carrera”. Porque él ejerce de funcionario en el Ministerio de Justicia, una forma de vida que le permite hablar de primera mano sobre el sistema judicial español y mostrarlo tal como cree que es: “arcaico, rancio, basado en códigos muy gastados —aunque, mal que bien, funciona—, o evidenciar que los jueces son humanos y no dioses que nos juzgan desde su monte Olimpo, a pesar de que muchos de ellos así lo crean”. Por eso piensa que el mundo de la Justicia ofrece temas inagotables a la literatura, en especial a quienes, como él, están interesados en contar historias de fracasos. Que en el caso de La edad media es la de toda una generación.
– ¿Cuál fue la crisis que sacó lo peor de la gente, la económica o la de las utopías?
– La vida se termina simplificando en la clásica lucha entre la realidad y el deseo, en este caso agudizada por la crisis económica. Imagino que ambas crisis van de la mano. Me interesaba lo que dices de sacar “lo peor de nosotros”, puesto que la novela sitúa a unos personajes ordinarios frente a situaciones que pueden hacer eso. Un personaje puede ser un psicópata o una asesina, como puede ser machista, racista o traidor. Son ficción. Y es importante que existan porque son un reflejo de una realidad que no queremos mirar, pero que está ahí, disfrazada de tu jefe o de la amiga de tu hijo. Los libros no son papilla que debamos tomar triturada de miedos, caos o maldad o pasada por la batidora del pensamiento políticamente correcto. El arte no es eso. La literatura se trata de incorrección, de lenguaje en punta y de ideas arriesgadas, aunque puedan aterrar o equivocarse.
“Con el tiempo, uno se da cuenta de que puede sentirse discípulo de alguien al que nunca conocerá pero ha seguido fielmente en sus libros, en sus ficciones, en sus ensayos literarios y al que también ha estudiado en sus conferencias”
– ¿Cuáles fueron las dificultades de ver el pasado de esos personajes, que también es el suyo, desde el presente?
– Desde un principio lo tuve claro: quería escribir sobre las aspiraciones desbaratadas. Me propuse novelar el espacio actual de los nacidos durante los años 70 y 80, de modo que tuve que lidiar con la nostalgia, que se ha convertido en un cliché aburrido, como invocación del locus amoenus y del momento idílico en el que éramos libres, felices e inocentes. A mí me interesaba más tratar de localizar, no ya las causas, sino los inicios de muchos de esos anhelos que luego se han visto malogrados con el tiempo.
– Una de las características generacionales de la novela es el lenguaje de las redes sociales en una de las historias. ¿Cómo describe la relación por correo electrónico que se establece entre Fauró y Julia una realidad de esta generación?
– Con los medios tecnológicos, casi todos nos relacionamos a distancia —por chat, por Twitter, por Whatsapp— a lo largo del día con nuestra pareja, aunque luego la vayamos a ver en un bar o en casa. Introducimos distancia donde no la hay. La integración de la tecnología en la narrativa actual es un asunto problemático y no siempre bien resuelto. Se trataba del lenguaje, de cómo trasponer el discurso de un chat a las páginas de una novela. Y, con él, poder hablar de una serie de temas: definir una forma de ser y una ideología del trabajo y del éxito que entroncaba directamente con lo contado del instituto privado; el uso de la elipsis y los silencios como instrumentos esenciales a la hora de narrar —ya que es el lector el que debe rellenar los huecos entre los fragmentos de chat, puesto que dichos personajes van a comunicarse lo importante en persona o por teléfono—; y, además, el final de un lenguaje, de la muerte de esas palabras que los amantes se dicen y que todos utilizamos con una pareja y no con otra, y hablar del fin de ese idiolecto común, el del cariño.
– ¿Esta es la generación del desencanto?
– No creo que debamos arrogarnos ese mérito. Tampoco querríamos sustraerle ese marchamo a las anteriores, tan ganado a pulso. Las habrá habido más desengañadas seguro. Quizá toda generación, con la suficiente paciencia, lo sea del desencanto. La novela es una ficción posible sobre nuestra generación —pero, asimismo, sobre la anterior o la posterior— e imagina escenarios y personajes, modifica la realidad e intenta hacerlo desde la ironía y el sarcasmo. También desde la mofa de quiénes fuimos, yo el primero.
Michelle Roche Rodríguez
@michiroche