Manuel Vilas jura que Lou Reed era español
¿Qué determina en cada uno de nosotros el nacimiento de una pasión? ¿Cuál es el mecanismo que la activa? Son preguntas que no están formuladas explícitamente ni mucho menos respondidas en Lou Reed era español, el extraño libro de Manuel Vilas sobre el músico neoyorquino, aunque sí cruzan cada página como una corriente subterránea.
Un joven español de provincias descubre la música de Lou Reed en 1975, cuando tiene apenas doce años. No sabe inglés. No entiende lo que dicen las canciones del músico. Este es un detalle importante. Su identificación con Reed, sea lo que sea que éste le dice, está únicamente en la sonoridad de esa voz (que para el joven se convertirá en la Voz) y en la musicalidad de las canciones. Su aprehensión del fenómeno no es intelectual. No sabe si las letras de las canciones son profundas o triviales; no conoce, ni conocerá en mucho tiemp o, la poesía que se encarna en ellas, y sin embargo esa voz obra una especie de milagro desde la primera vez que la escucha: “…comienza la canción “Sweet Jane”… y en ese momento el cerebro (que no el alma) de ese adolescente comienza a modificarse, a transformarse, a viajar a una región desconocida.” ¿Vale la pena acotar que esa región sólo puede estar dentro de él mismo?
Tal como lo presenta el autor, Reed es el motor principal de su vida en los primeros años de su adolescencia. Para conseguir sus discos hace los primeros viajes a otras ciudades sin sus padres. Son viajes de descubrimiento, como lo son todos a esa edad. Descubre el paisaje de una España que comienza a sacudirse el franquismo y descubre el paisaje interior de sí mismo. El joven, en realidad, no sabe nada de España, ni de Franco ni de la guerra. Pero comienza a saber a medida que crece y viaja. La suya, la de su primera juventud, es una España provinciana y envejecida en la que no encuentra nada suyo. Se manifiesta en él una profunda hostilidad cultural hacia su medio, inmerso todavía en el franquismo moribundo. En estos viajes de descubrimiento siente que está en la edad media.
Voluntaria o involuntariamente, Manuel Vilas ha encajado el viaje de ese adolescente que quizás fue él en una estructura mítica. A los diecisiete, asiste a su primer concierto de su ídolo, en Zaragoza, y esa misma noche pierde la virginidad, como quien ha superado una prueba y ya puede entrar en la vida adulta.
Dos historias, una melodía. Al mismo tiempo que conocemos (narrados en tercera persona) de los viajes del joven para conseguir discos o asistir a conciertos de su ídolo se despliega ante nosotros la vida de ese músico excepcional que fue Reed, con más sombras que claridades. Un músico al borde del abismo; el hombre que, drogas mediante, asediaba a la muerte día tras día. Para Vilas, Reed “parece un ángel de una religión desconocida. Parece un envilecido. Parece un heraldo de la decadencia y de la impureza y de la degeneración.”
¿Dónde reside el poder de fascinación de esa Voz, que persiste a través de los años y acompaña al adolescente hasta la vida adulta? Vilas ensaya una respuesta: “Era él mismo quien se fascinaba a sí mismo a través de una Voz, una sutileza de su carácter, algo extremadamente narcisista. Esa Voz era un símbolo de sí mismo. Era un símbolo peligroso. Había dolor allí. Se estaba convirtiendo en la cosa que la Voz sugería.”
Lou Reed era español no es una biografía convencional. Por supuesto, están los datos fundamentales que toda biografía exige. Dónde y cuándo nació Lou Reed; quiénes fueron sus padres y a qué se dedicaban; dónde vivió el músico en su infancia; su relación con David Bowie y otros músicos, y demás cosas que se pueden encontrar en Wikipedia, pero el trabajo de Vilas se centra en la relación de Reed con España luego de su primer concierto en 1972. Esa relación se extiende ficcionalmente (o poéticamente, según como queramos entenderla) en dos capítulos: en uno de ellos la estrella de rock, ya muerto, dialoga con sus fans españoles también muertos. Es una conversación poco reverente. Y en otro, ambientado en el año 2513, quinientos años después de la muerte del músico, se produce una conversación amorosa y melancólica con una España ya desaparecida, porque los países también tienen una voz y también mueren. Así, Vila introduce un giro político y social a un libro que recorrió lo más íntimo de su formación sentimental.
Rubi Guerra narrador, editor, periodista y promotor cultural. Es fundador de la sala de arte y ensayo Ocho y Medio y asesor de la Casa Ramos Sucre en Cumaná, Venezuela. Ha publicado casi una decena de libros, entre los que se encuentra La tarea del testigo (Premio Rufino Blanco Fombona, 2007), Las formas del amor y otros cuentos (Premio Salvador Garmendia, 2010), El discreto enemigo, que editó en 2016 Madera Fina.