Margaret Atwood y el poder de las mujeres
La fuerza de la literatura de Margaret Atwood (Ottawa, 1939) se encuentra en la descripción del cuerpo femenino como extraño para las mujeres debido a la presión de las sociedades para definir la feminidad “normal” y la “desviada”. Las novelas El cuento de la criada (1985) y Alias Grace (1996) constituyen buenos ejemplos de esa afirmación. En la primera, el cuerpo de Defred es para los gobernantes de la República de Gilead solo una herramienta para procrear. En esta inquietante distopía, Estados Unidos se ha convertido en una nación teocrática que para batallar el terrorismo islámico suprime la libertad de prensa y los derechos de las mujeres. Si Defred se niega a colaborar le espera una ejecución pública. En cambio, si acepta pero es incapaz de concebir le espera el destierro en colonias llenas de residuos tóxicos donde le espera la muerte.
En la otra novela, la minusvalía de Grace Marks no se limita a su condición de antigua sirvienta encarcelada por su presunta complicidad en un doble asesinato, sino a la mirada que sobre ella proyecta una comunidad rural de la Canadá del siglo XIX, cuya opinión se dividía entre el considerarla una femme fatale o una santa. La voz realista y desembarazada de Grace mientras relata su historia a Simon Jordan, una eminencia en el entonces novedoso campo de la psicopatía, es fundamental para desmigajar los problemas de mujeres prevenientes de diferentes clases sociales. Los fuertes personajes femeninos de Grace y Defred tienen un antecedente en la primera novela que Atwood publicó en 1969, a los treinta años. Se trata de La mujer comestible, un bildungsroman donde Marian MacAlpin evoluciona de una mujer convencional hacia una segura de sí misma a pesar de las presiones sociales.
Mujeres con poder.
Lo femenino informa toda la obra de Atwood, no solo sus novelas ni la voz de sus poemarios —desde Double Perséfone, publicada en 1961, hasta The Door, 2007—. Dos de sus tres colecciones de cuentos están dedicadas exclusivamente al género en cuestión; Chicas bailarinas y Un días es un día. Y, de entre sus numerosos libros de ensayo, el dedicado a la literatura y el oficio de escribir se titula La maldición de Eva, pues se localiza, como el célebre Un cuarto propio (1929) de Virginia Woolf, en las dificultades que presenta dedicarse a un oficio como la escritura que sigue, en pleno siglo XXI regido por esquemas patriarcales.
“Es muy duro que te apliquen la palabra ‘asesina’. (…) A veces, de noche, me la susurro a mí misma: ‘asesina’, ‘asesina’. Y me parece que cruje como una falda de tafetán sobre el suelo”
Alias Grace
Incluso cuando habla de otros asuntos, como las relaciones de pareja, otro tema frecuente en su extensa obra, la perspectiva femenina informa la anécdota y, en la mayoría de los casos, otorga la voz a la ficción. Esos son los casos de las novelas Por último, el corazón (2015) y Nada se acaba (1979). En ambos casos cuenta la historia de un matrimonio que se derrumba, aunque en cada libro la combinación de las circunstancias es diferente. Ese es también el tema de su colección de cuentos Érase una vez.
“Me gustaría creer que esto no es más que un cuento que estoy contando. Necesito creerlo. Debo creerlo. Los que pueden creer que estas historias son solo cuentos tienen mejores posibilidades”
El cuento de la criada
Si bien las mujeres que protagonizan las ficciones de la ganadora del Premio Príncipe de Asturias en 2008 son con frecuencia descritas desde su marginalidad, el empoderamiento es el tema que las convoca. Por eso es que los (y las) antagonistas de sus narraciones tienen la estatura que sus víctimas le conceden. Su literatura promueve la idea de que la solidaridad entre mujeres es la única fórmula para combatir la opresión. Debe ser por eso que, a pesar de ser una autora fundamental en su país desde, por lo menos, la década de los ochenta y varias veces finalista al Premio Nóbel de Literatura, su más grande proyección ha sido en tiempos del #MeeToo, en coincidencia con el surgimiento de nuevas voces femeninas en la industria audiovisual interesadas en narrar los problemas de la mitad más vulnerable de la humanidad: las mujeres.
La apuesta por la “hermandad” femenina es evidente en Alias Grace. Y en la distopía puede observarse no solo en la manera como Defred establece vínculos con otras criadas, sino su propia voz de narradora que convoca al lector a escucharla como si estuviera contando una historia de la niñez, entrañable, como un cuento de hadas. Porque, en el fondo, El cuento de la criada es un oscurísimo cuento de hadas, volteado como la “utopía” que propone.
Aunque comenzó a escribir desde mediados del siglo pasado. Atwood es una autora para los nuevos tiempos, estos donde suponemos que la voz y la perspectiva de las mujeres comienzan a ganar más peso en el enorme ágora que es la literatura global. Una pieza fundamental del canon de las letras contemporáneo.
Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com
El retrato reproducido en este artículo de Margaret Atwood es de George Whiteside.