Monika Zgustova: “Los autores que han vivido en el exilio nunca más escriben sobre otro tema”
Cuenta Monika Zgustova en Un revólver para salir de noche que el día en que Véra Nabokov conoció al que se convertiría en su marido, Vladimir Nabokov, esta llevaba una máscara veneciana de lobo. Fue durante un baile de disfraces de emigrados rusos en el Berlín de los años 20. Más de 50 años después, antes de morir en Montreux (Suiza), Nabokov aún le repetía a su mujer que jamás se había quitado aquella máscara.
En Un revólver para salir de noche, la autora checa Monika Zgustova pone el foco sobre la esposa del célebre escritor de Lolita. No la rescata, porque no lo necesita. Véra, que siempre quiso ser escritora y sin embargo vivió atormentada por la certeza de no tener talento, vertió sus ansias creadoras sobre Vladimir: era la primera lectora de sus obras, las pasaba a limpio y las preparaba para su edición. En palabras de Zgustova, Véra, mujer fuerte, decidida y obstinada “se propuso realizar la obra de su vida a través de la creación de alguien a quien ayudaría hasta fundirse con él y convertirse en parte de su creación”. Véra convivía, inevitablemente, con el pesar de no ser una artista, mientras tenía a su lado a una persona que no solo lo fue, sino que poseía “un talento descomunal”, apostilla la novelista en una entrevista para Colofón Revista Literaria. Esta dicotomía sentimental se plasma en la novela en dos planos: por un lado, como explica Zgustova durante la conversación, “Véra llegó a tener complejos, y de ellos, a veces, le surgieron las ganas de tener más dinero, más objetos caros, abrigos de pieles; en definitiva, de vivir rodeada de lujo. Pero, por otro lado, lo llevó bien en el sentido de que ella quería serle útil a un creador, y de esta manera sentirse como alguien que estaba ayudando a que su obra penetrase en la consciencia del mundo”. Son dos niveles contradictorios que luchan entre sí, pero que, al mismo tiempo, también dialogan y se retroalimentan, forjándose, así, la característica personalidad de la mujer de Nabokov. “Véra no es una unidad sobre la que se puede contestar a la pregunta sobre si es buena, o mala; si es creadora o no lo es, sino que es una persona, es humana, y, como tal, es contradictoria”, expresa Zgustova.
En la novela, el personaje de Véra, que desde su llegada a Estados Unidos siempre lleva un revólver guardado en su bolso, llega a autodefinirse en el libro como “una mujer de éxito que ha hecho célebre a su marido”. En este sentido, la autora de Un revólver para salir de noche expresa que los lectores enriquecen el relato al hacer una interpretación diferente del carácter de la protagonista: “Después de leer el libro, hay quien me ha dicho que Véra es una tirana; en cambio, otras personas, sobre todo mujeres, me dicen que les parece una figura muy fuerte e interesante”. A lo largo de la novela, se produce una identificación cada vez más fuerte entre el revólver real y Véra, que protege más a su marido de todo aquello que, a su juicio, no le conviene, llegando a veces a adquirir el rol de madre con el escritor. “Era una mujer de revólver para defender lo suyo, y para ella su marido era de su propiedad, lo defendía con uñas y dientes de diversas influencias y, sobre todo, de otras mujeres”, expresa Zgustova durante la entrevista. Así, la novela también toca otros aspectos de la vida de Nabokov, como sus relaciones con otras mujeres fuera del matrimonio. “Vladimir conocía bien su gusto por las mujeres. Formaba parte de su naturaleza. Deseaba a las mujeres-musas y no quería mujeres-escritoras”, llega a escribir la autora en la novela.
Una novela del exilio.
Pero Un revólver para salir de noche no es (solo) la historia de Véra. Es también la historia de su hijo Dmitri, del propio Vladimir, de sus mujeres, sus amistades y de toda una generación. Y es, sobre todo, la historia de un exilio. Así, la poética del exilio y la nostalgia de la patria perdida flotan a lo largo de este libro, creando una atmósfera que llega a ser tangible y que se materializa en una narración fragmentada, rota, donde el tiempo no es cronológico y donde se mezclan diferentes focalizaciones, jugando, así, con la sensación de ruptura eterna que produce la expulsión del país propio. Tal y como afirma en primera persona el propio Nabokov dentro del libro: “Ninguna de mis novelas logró describir las penas del exilio, aquella incomprensión que asomaba a cada paso”. Para Vladimir, el momento más duro no fue solo el cambio de lugar, sino el abandono definitivo de su herencia cultural más potente y su herramienta principal como escritor, su propia lengua, en pos del inglés, cuando llegó a Estados Unidos. “Abandonar la lengua rusa, tan querida y flexible, y enfrentarse a un idioma para el que no tenía sensibilidad al cien por cien fue una de las tragedias de su vida”, escribe Zgustova. Pero su mujer no lo dejaba regocijarse en su pena, y, cuando era necesario, volvía a sacar su máscara de lobo, o su revólver, tal y como se lee en el libro: “Véra estaba siempre encima y, cada vez que él tomaba notas en ruso, profería estricta e implacablemente: In English, please”.
“Ninguna de mis novelas logró describir las penas del exilio, aquella incomprensión que asomaba a cada paso”
Vladimir Nabokov
No es casual, por tanto, que los cuatro capítulos del libro se titulen con el nombre de las ciudades donde los personajes vivieron y donde extrañaron sus orígenes, tejiéndose una suerte de correspondencia entre el viaje exterior y el interior. Es decir, Zgustova busca encontrar de qué manera esos nuevos lugares donde habitan los personajes, a saber, Montreaux (Suiza), Cannes (Francia), Nueva York y Boston (Estados Unidos) llegan a habitarlos a ellos mismos, como experiencias del exilio, marcando para siempre su destino y su evolución personal.
“El exilio ruso de los intelectuales que emigraron después de la Revolución me parece un microcosmos fascinante porque vivían en una libertad absoluta, no había nada ni nadie que les cortara las alas”, comenta la autora. Pensativa, ahonda en esta cuestión, y añade que estos “podían irse hasta donde quisieran en su innovación, con sus ganas de escribir mucho o poco; poesía o prosa; es un momento y apasionante de la Historia europea, ya que contribuyeron mucho a la cultura de este continente y de Occidente en general”. Lo cierto es que la tragedia existencial tras el abandono forzado de la patria, sobre todo la rusa, además de la mujer, son los dos temas que vertebran la obra completa de la escritora checa. “Me interesa el exilio porque yo misma soy una exiliada, tuve que huir de la dictadura comunista con mi familia a los 16 años”, aclara.
“El exilio ruso de los intelectuales que emigraron después de la Revolución me parece un microcosmos fascinante porque vivían en una libertad absoluta”
Monika Zgustová
“La experiencia del exilio es de lo más potente y profundo que alguien puede vivir en su vida. Por eso, los autores que han vivido en el exilio nunca más escriben sobre otro tema”, apunta la novelista. Más allá del sentimiento de añoranza, aquellos que son obligados a emigrar experimentan durante toda su vida la sensación de moverse entre diferentes culturas, pero sin llegar nunca a arraigarse. Nabokov, pese a haber pasado a la historia de las letras universales durante su época americana, según escribe Zgustova en su novela, “San Petersburgo, su ciudad perdida, lo asaltaba una y otra vez”. Aunque Praga también irrumpe en su memoria, Zgustova, que actualmente vive en Barcelona, confiesa que no volvería a instalarse allí porque “es el pasado”. No obstante, apunta que, dada su facilidad adquirida para adaptarse a mundos diferentes, pese a estar bastante enraizada en España, no le importaría mudarse “a cualquier otro sitio de Europa”.
La foto de Monika Zgustova que encabeza este artículo es cortesía de Galaxia Gutenberg y la tomó Antoni Sella.
Alicia Sánchez (@aliciasromero_) es licenciada de Periodismo y Comunicación Audiovisual en la Universidad de Sevilla, sus intereses incluyen la literatura y el cine, Trabaja en la agencia Europa Press.
Excelente texto.
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Feliz 2020