Nona Fernández: Estamos hechos de las ciudades
Existen libros que no son redactados por sus autores, sino que permanecen escritos en alguna parte del tiempo a la espera de que los descubran quienes, por fin, van a sacarlos a la luz. Un ejemplo de estos casos es Chilean electric, la más reciente publicación en España de Nona Fernández. La chilena nacida en 1971 ha escrito libros como Fuenzalida (2012), que la hizo merecedora del Premio Municipal de Literatura de Santiago, y La dimensión desconocida (2016), con el cual obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz que otorga la Feria del Libro de Guadalajara.
Cuando comenzó con el proyecto, Fernández se había propuesto escribir un libro de crónicas sobre Santiago de Chile. “Mi ciudad ha sido una especie de obsesión en mi escritura. Creo que las ciudades nos determinan, nos marcan, nos moldean, en gran medida estamos hechos de ellas, somos un poco ellas también. Investigando en eso quería escribir un libro de crónicas sobre Santiago. Historias personales vinculadas a la ciudad o historias de la ciudad vinculadas a historias personales. Había fantaseado con algunas ideas y me pareció que la mejor crónica para entrar en ese libro debía ser aquella escena que mi abuela me contaba con tanta pasión cuando yo era niña. La ceremonia de la luz. La llegada de la luz a la Plaza de Armas, en la que supuestamente su padre había participado. Lo tenía todo: la plaza, corazón de la ciudad, punto cero del recorrido que pensaba hacer, y además el momento en que todo comenzaba a iluminarse. ¿Qué mejor escena podía elegir para inaugurar el libro?”, señala la autora.
Un libro de crónicas en América Latina no resulta extraño; en la región se privilegia al género tanto como al cuestionamiento de lo urbano. Pero Chilean electric es otra cosa: está a medio camino entre una novela breve y un extenso poema en prosa. Esto se debe a que la literatura cambió el rumbo de los propósitos iniciales de Fernández y ella tuvo la valentía de seguir esa senda. Investigando la ceremonia de la luz en los archivos históricos de Chile, descubrió que su abuela había nacido treinta años después, que nunca había estado ahí. “Ahí el libro comenzó a tomar su propio camino y se transformó en lo que es. Un material híbrido y reflexivo que se sumerge en la luz y la sombra. En el recuerdo y el olvido. En esa extraña ‘curatoría’ que hacemos”, recuerda la autora. Y añade que Chilean electric hace el intento de “repasar, en términos generales y literarios, el camino que ha hecho la luz eléctrica en Santiago. Cómo se instaló, cómo fue financiada, cómo se propagó cual peste y cuáles han sido las consecuencias de su uso. Quienes quedaron dentro o fuera de esa luz. Es un relato sobre el costo que ha traído la luz. Lo que hemos pagado y seguimos pagando en términos pragmáticos (el costo monetario) y en términos metafóricos, por tener la luz que tenemos”.
La primera edición de Chilean electric la hizo en el país de la autora Alquimia Ediciones; la española, Minúscula, así que Fernández tiene que hacer un poco de memoria. Y nada más a propósito que esto. Porque, mientras trabaja en un ensayo literario sobre las estrellas y la memoria que saldrá más adelante en Random House Mondadori, la escritora accede a contestar algunas preguntas de Colofón Revista Literaria:
—La experiencia de la dictadura vista desde los ojos de la infancia marca a tu generación (estoy pensando en Alejandro Zambra, entre otros) ¿en qué términos crees que esa perspectiva juvenil sobre la barbarie puede representar una marca literaria de los escritores chilenos contemporáneos? ¿hay allí un ethos cultural chileno?
—Creo que la escritura de mi generación supera completamente ese punto de vista. Somos algunas y algunos los que hemos trabajado desde ese lugar, pero la escritura de mi generación es muy diversa y aborda múltiples temáticas y miradas más allá de la dictadura y su experiencia desde la infancia. Probablemente los escasos libros que han cruzado la frontera de Chile tienen ese sello, que puede ser de interés de otros públicos o comercial o académico, desconozco los criterios de por qué, pero no reduciría a mi generación a ese lugar. Pienso en Luis López Aliaga, gran autor, que no tiene ningún libro en el que trabaje el tema. O Andrea Jeftanovic, otra tremenda autora, cuya escritura pasa por otros imaginarios. Nicolás Poblete, la misma Lina Meruane, autora reconocida internacionalmente, Marcelo Leonart, que es un verdadero cronista de la actualidad, Larissa Contreras, Patricio Jara. El tema dictatorial puede filtrarse quizá en sus libros, alguien podría hacer interpretaciones, tal vez, pero no es el foco. Insisto que es una mirada algo reduccionista pensar que mi generación está pauteada por ese sello.
—¿Cuál fue la parte más difícil de escribir Chilean electric?
—El vértigo constante de ir escribiendo un libro que me dejó desde el inicio en un territorio incierto. La hoja de ruta que tenía al comienzo se destruyó completamente cuando descubrí que el recuerdo de mi abuela era falso. Desde entonces el libro se fue encontrando solo, todo fue andar a ciegas, con un pequeño farolito, en un territorio oscuro.
Una mujer, muchas artistas.
La escritora traducida al italiano, el francés, el alemán y el inglés también ha escrito las piezas de para teatro El taller (2012) y Liceo de niñas (2016), las cuales ha estrenado en su compañía, La Pieza socura, en donde también trabaja como actriz.
—¿Qué tienen en común tu trabajo como actriz y tu trabajo como escritora?
—Para mí son muy similares porque son procesos que pasan por el cuerpo y la mente. Por mi formación actoral he sido entrenada para meterme en la piel de otros. Esa herramienta la pongo al servicio de la escritura. Ambos procesos, escribir y actuar, son parecidos porque pasan por la vivencia y caligrafía de mi cuerpo y de mi mente. Mi punto de vista los delinea y los construye con hilos muy conscientes y a la vez inconscientes. Es una cocinería [manera de guisar] extraña y misteriosa, pero para mí es la misma olla donde preparo ambos platos.
—¿Qué te ofrece el género narrativo que no te ofrece la experiencia teatral?
—La escritura me ofrece la autoría completa del trabajo final. Toda la responsabilidad de lo escrito es mía. Para bien o para mal. Es un proceso solitario de profundo encuentro conmigo misma y con el mundo en el que vivo. Como actriz, en cambio, uno es parte de una construcción grupal. Participar de ella es hermoso, estimulante, y te permite entender la creación desde un lugar colectivo, asociando fuerzas, ideas, propuestas y versiones. Uno se alimenta de los otros, se potencia y ayuda a potenciar al resto. El trabajo teatral es una lección de humildad y de sociabilidad. Combinar la introspección de la escritura y la colectividad del teatro, para mí es perfecto.
Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com
Epígrafes:
“La escritura de mi generación es muy diversa y aborda múltiples temáticas y miradas más allá de la dictadura y su experiencia desde la infancia”
“La escritura me ofrece la autoría completa del trabajo final. Toda la responsabilidad de lo escrito es mía. Para bien o para mal”