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foto olvido garcía valdés

Olvido García Valdés y eso que el lenguaje no quiere nombrar

El eje de la obra de Olvido García Valdés es la búsqueda de la palabra que nombre la complejidad de lo humano y el sentido de la vida a partir del cuestionamiento de la ética del lenguaje que ha impuesto la realidad. Desde Exposición, su primer libro publicado en 1986, cuando tenía 35 años de edad, los asuntos propuestos en sus poemarios incluyen el cuerpo, la enfermedad, el tiempo y, por supuesto, la muerte. El matiz que los unifica es la atención a lo espiritual que navega debajo de las estructuras de la realidad. Se trata de conocer “el modo de estar en el mundo”, dice la asturiana nacida en 1950. Su tardía incorporación a la literatura imprime a su obra la madurez de quien no obedece a modas sino al aprendizaje. “Mi trabajo siempre lo he concebido como algo muy personal, al margen de las corrientes y del mercado editorial”, explica la ganadora del Premio Nacional de Poesía de España en 2007, por el libro Y todos estábamos vivos.

El cuestionamiento perentorio de las capacidades expresivas del lenguaje que hace su obra está presente también en su vida y es explícita cuando la entrevistan. Contesta a cada pregunta con la aclaratoria del sentido con que usa las palabras. Ninguna frase suya viene hecha. Si en sus poemas el significado resulta del montaje y la yuxtaposición de imágenes, cuando conversa cada conclusión resulta de un proceso de pensamiento que enfatiza su desconfianza de los imaginarios culturales y, en especial, del lenguaje como convención de una sociedad estructurada sobre luchas de poder. Es por esa razón que esta entrevista no está organizada en el formato pregunta y respuesta: como en persona el habla de la entrevistadora y el de la poeta se articularon en una dinámica de tesis y antítesis —sin que ninguna se estacionara en un rol fijo— al lector le queda aquí escrita la síntesis organizada a partir en dos temas que pueden ofrecen las primeras pinceladas del perfil poliédrico de la autora cuya poesía reunió la editorial Galaxia Gutenberg en el libro Esa polilla que delante de mí revolotea, editado en 2008 y reeditado en 2016. El primero es la necesidad de revelar lo que el lenguaje no puede nombrar, mirarlo como el cuerpo extraño que no puede ser aprehendido —“estamos hechos de lenguaje, las palabras nos envuelven”, se lamenta: “Si no la cuestionas, la lengua te arrastra”—. El segundo tema es su compromiso con la causa feminista como forma de cuestionar los imaginarios sociales de su tiempo y, en especial, como un modo de estar en el presente.

 

Ese cuerpo extraño.

Como un objeto alojado en un organismo que es ajeno, la poesía es el lugar donde la experiencia humana se enrarece y su palabra permite ver la realidad como algo inusual. En una antología de su obra publicada en 2005, La poesía, ese cuerpo extraño, queda en evidencia por qué este procedimiento se convierte en el eje de su literatura. Se trata de “la extrañeza que a veces causa lo más propio, lo mas vivo e innegociable de uno mismo”. Vista así, la escritura es el lugar donde lo familiar se vuelve extraño. Pero no en el sentido unheimlich o siniestro que Sigmund Freud le otorga en su ensayo homónimo, sino en el propuesto por la obra del psicólogo y poeta Bernard Sesé, para quien lo místico implica a la vez una familiaridad y una profunda extrañeza. Y es que si bien García Valdés no considera que su obra pueda identificarse con el fenómeno que exalta el ojo interior del artista para ver el contenido espiritual que encubren las formas de la realidad, sí cree, como los místicos, que poesía y creación se muevan en el intersticio que deja lo cotidiano para lo excepcional.

decía que había sido y era
en ésta y no en otra vida por
la impresión o el sonido
fijeza móvil o desdicha
bestia parda brillo maullido
negro canto
Lo solo del animal del poemario homónimo, 2012

Su afirmación sobre la poesía visionaria viene sustentada en la lectura moderna que hace de las obras de místicos españoles, pues escribió un ensayo biográfico sobre Teresa de Jesús en donde se pregunta qué ocurre con el fenómeno místico después de la muerte de Dios decretada por Friedrich Nietzsche a finales del siglo XIX. “Planteo una lectura de la obra de Teresa de Jesús y en paralelo introduzco textos, como notas de un diario, con reflexiones de Clarice Lispector, Simone Weil, Jean Jacques Lacan y Ludwig Wittgenstein, entre otros pensadores del siglo XX que tuvieron preocupaciones similares a los místicos”, explica la autora para quien las experiencias visionarias de la monja de Ávila es drásticamente diferente de la de Juan de la Cruz: “Teresa de Jesús la relaciona con lo corporal, pues sitúa el proceso espiritual de la oración interior en relación con la figura encarnada de Cristo. Ofrece una enorme afectividad, mientras que en Juan de la Cruz la sensación es de desconocimiento del Otro”.

 

Un modo de estar.

El momento cuando comenzó a escribir fue, según cuenta García Valdés, el mismo que el de todos los autores: la adolescencia. Pero una cosa es escribir y otra distinta es considerarse escritora. Aclara que si fue hasta pasados los treinta años cuando pudo “adjetivar su condición” —como lo pone— es que, a diferencia de ellos, ella es escritora. Afirma que uno de los aspectos más difíciles en esta profesión para una mujer es superar su complejo de inferioridad. “Cuando te dices ‘soy escritora’ te cambia la perspectiva. Yo notaba que mis colegas hombres hablaban, como si fuera una cosa normal, de eso y para mí fue una decisión. Hubo allí un componente de inseguridad frente a al valor de lo que hacía. El fenómeno nos engloba a todas las mujeres. Es nuestro problema ancestral. La naturalidad con que ellos ocupan un papel, el que sea, viene dado por la manera como está construido el mundo. En nuestro caso tenemos que autorizarnos para ocupar ese mismo papel. Tenemos una percepción de que nuestro trabajo no vale igual”.

Igual que es motivo de estudio de sus antólogos y críticos su relación con el lenguaje, también lo es su compromiso con el feminismo, pues ambos se fundamentan sobre la necesidad de increpar a los imaginarios que articulan a la sociedad. “Me considero feminista porque me formé en el pensamiento decisivo y central de esa corriente en el siglo XX”, explica.

La poeta traducida al inglés, francés, italiano y sueco se siente más cercana al feminismo de la igualdad que al de la diferencia, porque este aboga por la diferencia sexual como forma de liberar a la mujer y el otro se articula como un movimiento cuyo objetivo es equiparar a hombres y mujeres más allá del ámbito legal y social —“la bandera de la igualdad no te falla jamás. Te permite decir, por ejemplo: Yo soy escritora como tú y escribo lo que me da la gana, como tú”— señala. A pesar de la visibilidad que tiene la escritura de las mujeres hoy, la autora pone el acento e todo lo aún queda por hacer. “Una cosa es que una obra esté firmada por una mujer y otra distinta es que esa obra avance hacia la conquista de la consciencia y de la lengua de las mujeres. Porque el imaginario de las mujeres, como el de los hombres, es difícil de modificar”, explica García Valdés que, según su costumbre, ha vuelto a halar de las costuras de la trama hecha entre el lenguaje y las certezas.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

 

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