Panza de burro, de Andrea Abreu: Un verano en las faldas del Teide
La expresión “panza de burro” sirve para referirse a un fenómeno meteorológico característico de las Islas Canarias. Tal fenómeno consiste en una acumulación de nubes de baja altura en las laderas de las montañas, especialmente en las zonas más norteñas de las islas. Las nubes, amontonadas unas junto a otras gracias a la acción de los vientos Alisios, generan una de densa pantalla que frena el calor y la luz solar, produciendo una sensación térmica de refresco y un cielo férreamente nublado.
Pero además de una situación meteorológica, Panza de burro (Barrett, 2020) es también la primera novela de Andrea Abreu (Tenerife, 1995), una historia que narra la amistad entre dos niñas preadolescentes durante un eterno verano en Tenerife. Sin embargo, las niñas no residen en el Tenerife que nosotros, los estraneros, los turistas, los peninsulares, entendemos por Tenerife y por las Islas Canarias, es decir: playas, hoteles, guiris, buen tiempo durante todo el año. El verano de Isora y shit, así se llaman las dos niñas protagonistas, transcurre en un pueblito montañoso del norte de la isla, en la ladera del vulcán Teide, junto a la Cueva del viento, entre cuestas empinadísimas y días abochornados en los que se hace complicado atisbar el sol.
El intento por mostrar la distancia entre el Tenerife turístico y el Tenerife no turístico, este último ocupado por los que realmente habitan la isla, es uno de los propósitos fundamentales del texto. “A mí me gustaban y no me gustaban las casas rurales, quiero decir: me gustaban porque eran bonitas pero no me gustaban porque entre ellas y yo había como una pared enorme de papel transparente de cocina, papel fil, que no me dejaba participar en las mejores cosas de las casas rurales […] las casas rurales tenían la culpa de que los días en los que mi madre no tenía que ir al Sur a limpiar hoteles tuviese que limpiar casas rurales y no pudiésemos ir a la playa y por eso a mí tampoco me gustaban las casas rurales”, dice shit en la novela.
Las Islas Canarias están más pensadas para los turistas que para los propios canarios, quienes trabajan para abastecer y entretener a los que solo están de paso. “Pero luego me daba cuenta de que los estraneros eran más especiales porque podían echarse en las tumbonas y leían libros enormes (y a mí no me gustaba leer ni fisquito, pero quería que me gustase) y se lavaban en las duchitas y comían en las mesitas debajo de las sombrillas, que yo llamaba paraguas y que estaban hechas con palmera secas, y dormían en camas con sábanas blancas con una mosquitera encima de la cabeza como si estuvieran en la selva”, escribe Abreu.
Dos cuestiones esenciales: el lenguaje y lo «millenial»
Sabina Urraca, autora de Las niñas prodigio (Fulgencio Pimentel, 2017), ha sido la encargada de editar Panza de burro gracias al proyecto Editor/a por un libro de Barrett. En el prólogo de la novela, escrito precisamente por Urraca, se dice lo siguiente: “Esa misma noche, recordando el texto, sentí un destello de hambre editorial, un letrero luminoso que decía (disculpen mi vulgaridad): ‘Literatura millenial canaria’ […] Para entendernos: de lo que me di cuenta en ese instante era de que nunca había leído literatura actual, joven, vibrante que transcurriese en la isla en la que me había criado, que aprovechase su magia lingüística, que mostrase su extrañeza, su mezcla esquizoide”. El prólogo de Sabina Urraca es interesante porque introduce dos aspectos importantes de Panza de burro: el asunto del lenguaje y el tema generacional (“literatura millenial canaria”).
Vayamos a lo primero. Abreu escribe con una profunda y bella lengua canaria. Panza de burro, narrada a través de los ojos de shit, que es llamada así por su amiga Isora durante todo el texto, es como ver el mundo desde los ojos de una niña de unos doce años que vive en un pueblo remoto y vertical del norte de Tenerife. Un extracto de la novela que sirve como ejemplo para ilustrar lo ahora mismo dicho, cuando shit describe cómo Eufracia, una anciana del pueblo, realiza un conjuro para quitarle un mal de ojo a Isora: “Eufracia se presinó y yo no sabía qué hacer y me presiné también, pero pequeñito, como quien saluda a alguien que no saluda y se rasca los cachetes para disimular. Le hizo la señal de la cruz a Isora y empezó a decirle que en cruz padeció y en cruz murió y en cruz Cristo te santiguo yo, e Isora la miraba con los ojos abiertos como chernes, y la mujer movía la boca y se estregaba los dedos arrugados como troncos de viña seca, retorcidos, cuarteados de los años de lejía y tierra”. La novela se confecciona a partir de este lenguaje, estas palabras, esta forma de construir las oraciones.
La segunda cuestión: ¿es Panza de burro literatura millenial? A pesar de lo aburrido de las etiquetas, las categorías y las generalizaciones, que en muchas ocasiones no hacen más que empobrecer la comprensión de las creaciones artísticas, para una persona como yo, de la misma generación que la autora, Panza de burro muestra bien cómo fue nuestra infancia. A decir verdad, la niñez que narra Abreu fue también un poco la mía, entre guen bois, los pokémon, los combates contra los ratikats, las bratz, los dibujos de hamtaro y el messinye (Messenger), desde donde nos dedicábamos a mandarnos zumbidos entre los amigos y mensajes redactados más o menos así:” OolaAhH k tl SSstaAssS?” o “t exoOhH d MnNoSs”. Resulta sencillo para una persona perteneciente a la generación milllenial sentirse representado, identificado o descrito de alguna manera en Panza de burro.
Una inocente amistad entre niñas
La novela de Abreu es básicamente un intento por contar la relación de amistad entre dos niñas, dos niñas que pasan tanto tiempo juntas y a solas que en muchas ocasiones los primeros desvelamientos del propio cuerpo y del ajeno se realizan en común: los primeros besos, el hallazgo de la sexualidad, el sentimiento de amor, de odio, de celos.
La amistad de Isora y shit, como las de casi todos los niños, se fundamente en complejos mecanismos de poder y admiración, de adoración. Shit, la niña más joven, idolatra a Isora hasta el extremo; incluso se podría llegar a decir que está enamorada de ella. El capítulo “comerme a Isora”, uno de los más bellos, a mi juicio, de todo el libro, lo expresa bien: “Yo no sabía la diferencia entre yo e Isora a veces pensábamos que éramos la misma niña […] yo quería ser isora dentro de isora isora isora isora bebiendo un vaso de leche con gofio y diciendo foc yu in mai laif isora pisándome la cabeza con los tenis isora escachándome la cabeza con los tenis isora diciéndome shit no grites no seas basta no te das cuenta de que te está oyendo mi abuela”.
Ignacio Romo González (@romogonzalez2) es graduado en Periodismo y actual estudiante de un grado en Filosofía. Entre otra cosas, le interesa todo aquello que tenga que ver con la literatura. Su página web es: https://romogonzalez.com/