En Las cosas como son y otras fantasías, Paul Luque arremete contra el simplismo en el arte
Basta del “buenismo” en el arte. En Las cosas como son y otras fantasías, Pau Luque (Barcelona, 1981) apuesta por la ambigüedad en la literatura y otras formas artísticas, cuando propone a la imaginación como la herramienta para hacer hermenéutica de las infamias. Desde el título de la obra ganadora del cuadragésimo octavo Premio Anagrama de Ensayo, el autor emite un juicio categórico, al señalar la imposibilidad real del ojo humano de percibir, sin rodeos ni autoengaños, las verdades del espíritu. La indagación en cómo nuestra inclinación a idealizar la realidad nos impide ver “las cosas como son” parafrasea, según el propio Luque, el sentido de la novela de Iris Murdoch, El mar, el mar para proponer que “la fantasía es la negación de la imaginación y el arte es la negación de la fantasía”. Y sin embargo, su entramado de juicios y reflexiones son mucho más complicada que esa, declarada, premisa inicial.
El autor define el propósito de su ensayo como “un desfile de palabras para celebrar la imaginación” porque sospecha de los poderes de la fantasía para comprender la complejidad moral de la realidad. “Tanto la fantasía como la imaginación crean mundos artificiales, la diferencia radica”, escribe, de nuevo parafraseando las reflexiones de los personajes de Murdoch: “en que solo la imaginación crea mundos artificiales artísticos, porque, como el amor, imaginar es descubrir al otro”. Luque discute la utilidad de la estética a partir del análisis de las composiciones de Nick Cave, el la polémica suscitada en 2018 alrededor de la reedición de la novela Lolita de Vladimir Nabokov, la miniserie de HBO Sharp Objects y de la novela Temporada de huracanes de Fernanda Melchor, entre otros ejemplos.
La obra amoral y… ¿cruel?.
En la dicotomía que Luque establece entre la fantasía y la imaginación, la relación del arte con la moralidad es incómoda. Por eso, Las cosas como son y otras fantasías alerta sobre la trampa de creer que existe literatura —o música o cualquier forma estética— que sea moralmente condenable. Sin embargo, esto no quiere decir que el arte sea inmune al juicio moral, sino que existe un tipo de obra con pretensión moral manifiesta —la favoletta, la llama— cuyo interés por establecer un juicio sobre el bien y el mal termina dictándole al público qué debe sentir o, peor aún, cómo debe pensar, mientras —y esto es el problema mayor— reduce sus capacidades intelectuales y estéticas a sus manifestaciones más elementales.
Tales reflexiones cuestionan la noción de la perfección en la obra de arte. Y es a partir de esa indagación desde donde Luque propone la separación fundamental de su ensayo: “la diferencia entre imaginación y fantasía vendría a consistir en que en el caso de la primera buscamos que nuestras representaciones mentales encajen con el mundo, mientras que en la segunda buscamos que el mundo encaje con nuestras representaciones mentales”. Al arte imaginativo e irónico que despierta su interés lo llama “himenóptero”, como los insectos que lamen y mastican a la vez, porque “concibe la imaginación como una manera de intentar acceder a la maquinaria moral, a la estructura emotiva de los humanos”. Este es el tipo de propuesta estética que encuentra en la música de Cave, las novelas de Murdoch y en el personaje Humpert Humpert de Nabokov.
“Solo la imaginación crea mundos artificiales artísticos, porque, como el amor, imaginar es descubrir al otro”
En su necesidad de prevenir al lector sobre la amenaza del simplismo en la literatura, así como en el resto de las formas de arte, Las cosas como son y otras fantasías sigue el camino abierto por La ética de la crueldad de José Ovejero, libro que en 2012 también mereció el Premio Anagrama de Ensayo: ambos buscan sacudir nuestras expectativas frente a las obras de arte e impulsarlas hacia una radical revisión de nuestras convicciones. Luque, que tiene tino para escribir frases que, además de ser bellas, son ciertas, lo sintetiza de esta manera: “lo más letal que se pude decir de una novela es que hemos salido ilesos”. Al tomar el testigo de Ovejero y sintetizar las polémicas que han merecido espacio en las secciones culturales de los periódicos iberoamericanos—como la discusión sobre si Lolita debía o no seguir leyéndose—, Luque recuerda que hace décadas que las discusiones estéticas no se refieren a la separación entre el gran arte y las formas menores de entretenimiento; ahora el problema es mucho más importante: para qué el arte. Y esto tiene mucho sentido en tiempos de la ciberpolítica del populismo, porque se trata de una vuelta a lo básico. Arte solo si nos remueve las entrañas.
Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora de la novela Malasangre (Anagrama, 2020), del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com