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Lo esotérico y lo trascendente en Vitezslav Nezval

Vitezslav Nezval nació en Mayo de 1900 en Biskoupky, un poblado de Moravia. De su padre heredó una temprana pasión por la música. Estudió composición y aprendió a interpretar el piano en Třebíč. Estuvo en el ejército austriaco y al final de la Primera Guerra Mundial comenzó sus estudios de filosofía en Praga, a la par que escribía sus primeros versos.

Lo esotérico, lo místico y lo fantástico llamaron poderosamente su atención. Sentía fascinación por los cementerios y estos le llevaron a concebir el poemario Inscripciones para tumbas. Creía en el horóscopo y se entretenía leyendo la suerte en la palma de la mano de las señoritas. Intentaba traducir lo invisible en pequeñas certezas para rehuir a sus perplejidades. En estos cometidos que emulaban la magia y la vitalidad de su acontecer poético, Nezval se revela indócil y audaz. En sus primeros textos advierte el barullo de los cafés donde escribía, la romántica incorreción de los versos y la música vibrátil e ininterrumpida de las martilladas silabas. Con el paso del tiempo, su escritura iría decantándose; haciéndose reconcentrada y lúcida. En sus últimos poemas se entrechocan los estudiados recursos del autor maduro y la rebelde nostalgia del adolescente que creaba —a expensas del infantil erotismo de su tiempo— versos para comprender el espíritu que trascendía su existencia. La enumeración matemática, el musical y tenue eslabón entre premisas, la robusta retórica de sus preguntas son los signos de su errancia y a la vez, los instrumentos de su estética. Nezval merodea la superficie de las imágenes y apoya en cada una de ellas un reflejo.

“Intentaba traducir lo invisible en pequeñas certezas para rehuir a sus perplejidades”

Robert Walser realizó una masiva y escatológica disección del panorama literario de su tiempo. Por el contrario, De mi vida, obra autobiográfica de Nezval, se empoza en la autofagia de sus ideales y no se atreve a escarbar en su memoria ni ata los nudos sueltos de su generación. Pero quien lee esto no debe confundirse con este reproche: un poeta no está obligado a estas cosas. Y, sin embargo, Jaroslav Seifert, Premio Nobel de literatura en 1984, edificó a través de Toda la belleza del mundo (1981), un magnífico testimonio de los pormenores de la literatura checa, así como del tierno curso de su amistad con Nezval y otros artistas de su época. Gracias a este libro de memorias sabemos que Nezval solía salir a caminar con un bastón balzaquiano, que ocupó en algún momento la jefatura de un departamento del Ministerio de Información y que fue el dramaturgo Jan Bartos quien lo inició en la lectura de la palma de la mano.

“Nezval jamás vio cumplidos los objetivos de los movimientos artísticos que lideró. No obstante, la concesión del Premio Nobel de Literatura a Seifert, la contundente popularidad de Kundera y el reciente reconocimiento de la música de Janáček, pueden leerse como los signos de una humilde y tardía victoria”

Seifert ilumina los rincones de su vida para encontrar al poeta Nezval de los cafés o al virtuoso pianista Nezval que interpretaba las piezas excelsas de Martinü, Stravinsky y Leoš Janáček para sus amigos. Y por último, al maestro Nezval que caminaba rotundo y voluminoso por las calles de Praga hasta su muerte acaecida por un ataque al corazón. A diferencia de Seifert, Nezval falleció joven. Murió, como él mismo había predicho en la lectura del horóscopo, a final de la Semana Santa de 1958. Seifert afirmó, sentencioso, que Nezval murió “con la misma facilidad con la que escribía poesía”. Encuentro ingenua la afirmación. Adivino su intención y conozco el sobrio cariño con que escribió esas palabras, pero me inclino a pensar que “para el poeta siempre es la hora y no obstante, siempre es pronto para morir, y está menos ligado a los años que tiene que a las estaciones del año o las horas de los días”, como dijo Marina Tsvietáieva.

De Vanguardia.

Si la poesía fuese el desatinado lugar “donde buscan salvación los que no la tienen”, como dice el escritor colombiano Jaramillo Escobar, entonces Nezval fue un huésped incontrovertido de esa geografía invisible. Alrededor de 1920, junto con Seifert, Karel Teige, Vladislav Vančura y Adolf Hoffmeister, fundó el movimiento vanguardista Devětsil. Allí editaron las revistas literarias Stavba y ReD (Revue Devětsil). Se reunían en el pequeño edificio junto a las instalaciones de la cervecería U Flekuü en la calle Kfemencova del barrio pragués de Nové Mésto. A algunos artistas los expulsaron del movimiento debido al carácter ortodoxo y autoritario de Teige, como el pintor Karel Vaněk o el actor Jifi Voskovec, pero se mantuvieron nombres luminosos como los de František Halas, Jaroslav Hašek, Vladimir Holan y Jan Drda.

El movimiento pretendía equipararse al surrealismo y al constructivismo. Fucik opuso su alegría precoz a la estólida figura de Teige y antepuso su ingenuo optimismo a la nostalgia crítica de Nezval. Fue también el responsable de la expulsión de Seifert del movimiento. Algunos recordaran que poco antes de ser condenado a la horca por la Gestapo en 1943, Fucik llevó a cabo una vigorosa asimilación escrita del encierro de su celda y la macabra articulación de la guerra tras los muros. La recopilación de esos escritos, reunida póstumamente por su esposa en Reportaje al pie de la horca (1945), no dice nada sobre el Devětsil, pero trasluce la cálida esperanza de uno de sus miembros más prominentes. Kundera citó en su ensayo El Telón (2005) la frase por la que Fucik será recordado siempre: “Que la tristeza no vaya unida jamás a nuestro nombre”.

El poetismo.

Los inicios del Devětsil avanzaron paralelamente a los del poetismo. Este era, según Seifert, un movimiento de “poesía de la tranquilidad y de los momentos felices”. Pretendían hacer mundialmente reconocido el arte checoslovaco. Guiados por Nezval, desafiaron el arraigo de la poesía de Erben e hicieron pública su admiración por el surrealismo y, en especial, por la obra de Apollinaire. Cabe recordar que Nezval sostuvo una larga y efusiva amistad con André Bretón. Entre los seguidores del poetismo estuvieron, además de Nezval,  Seifert y Vančura, Konstantin Biebl y la artista Marie Čermínová, apodada Toyen, una mujer dueña de una obra de convicción, profundidad, valentía y erotismo.

Su manifiesto fue redactado por Teige y publicado en 1924. Llama la atención que, opuesto a la marcada ideología de izquierda de Devětsil, el poetismo fue apolítico. De las múltiples publicaciones del movimiento, resaltan las antologías de poesía, al final de las cuales se leían las palabras con las que concluía el manifiesto de Teige: “La belleza del nuevo arte es de este mundo. La misión del arte es la de crear bellezas análogas y cantar, con imágenes arrebatadoras y con insospechados ritmos poéticos, toda la belleza del mundo”.

Pero el final de la década fue también el del poetismo. Nezval había publicado una pequeña sátira titulada Trampas sobre ruedas a finales de 1922 y con ello, señaló el rumbo del movimiento. A principios de 1930, él mismo puso la lápida a la tumba del poetismo, con un pequeño manifiesto silencioso y hoy inubicable.

El final.

Nezval jamás vio cumplidos los objetivos de los movimientos artísticos que lideró. No obstante, la concesión del Premio Nobel de Literatura a Seifert, la contundente popularidad de Kundera y el reciente reconocimiento de la música de Janáček, pueden leerse como los signos de una humilde y tardía victoria.

Sus restos yacen en el antiguo Cementerio Vyšehrad de Praga. Allí también se encuentran los de otros escritores, como Václav Nebesky, Jan Neruda, Božena Němcová y Julius Zeyer. Si la sombra es la poesía que traduce lo invisible, entonces aquello que revela la obra de Nezval es su voluntad por perpetuar la oscura inquietud que mora en todos los hechos humanos y a la vez, la clara medida de lo que se va… de aquello que se pierde en breves y vagos reflejos. Con más exactitud y belleza, lo concluye Seifert: “Creo que lo que por lo regular llamamos poesía es un gran secreto del que cada poeta revela un poquito o algo más. Luego aparta la pluma o cierra la máquina de escribir, se queda pensativo y, a última hora de la tarde, muere. Como por ejemplo Nezval”.

 

Arturo Hernández González es docente, traductor y poeta colombiano. Es autor de los libros Olor a Muerte, (Biblored, 2012) y Breviario de lo Incierto (2017). Ganó el I Premio Literario Internacional Letras de Iberoamérica – Poesía (2017) y dirige la Revista Internacional de Cultura y Artes Noche Laberinto.

 

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  1. Frida Aristizabal Mesa
    19 noviembre, 2018

    ¡Un texto maravilloso! No sólo habla de poesía sino que está lleno de poesía y de hondura. La sabiduría del maestro Hernández siempre es sobrecogedora porque siempre logra retratar hasta lo más mínimo de aquellos poetas que lo apasionan, felicidades Colofón por una publicación magnifica

    1. Colofón Revista Literaria
      21 noviembre, 2018

      Estimada Frida: ¡Muchas gracias por tu comentario! En Colofón Revista Literaria estamos muy contentos con la colaboración del maestro Hernández y nos gustaría mucho que continuara trabajando con nosotros. Te invitamos a que te suscribas en nuestra página para que te lleguen los comentarios sobre literatura más recientes de nuestra revista.
      Saludos,

  2. Alberto Alzea
    6 febrero, 2019

    El perfil de un poeta sin descubrir para nuestro lado del mundo de pluma de uno de los escritores mpas acertados de nuestros días. Gracias al maestro Hernández por esta reseña que nos ilumina, como todo lo que escribe

    1. Colofón Revista Literaria
      13 febrero, 2019

      Tienes razón, Alberto. nos honra la pluma del maestro Hernández. Para que no te pierdas nuestras recomendaciones de libros, te queremos invitar a ue te suscribas a nuestra página. Muchas gracias por tu interés en la literatura

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