Cuentos: La inabarcable brevedad de Thomas Wolfe
Es posible que la vida de Thomas Wolfe (1900-1937) sea más conocida que su obra. Esto es evidente en los cuatro libros que se le dedicaron en la década de los 80 a su turbulenta historia de amor con Aline Bernstein, una mujer casada y 20 años mayor que él. También es evidente en la popularidad del filme Genius (El editor de libros, 2016) del director Michael Grandag, basado en la biografía de Maxwell Perkins, el editor de la mítica publishing house Scribner de Nueva York y responsable de la publicación de El ángel que nos mira (1929) y de desbrozar el interminable manuscrito de la novela Del tiempo y el río (1935). El autor lo convirtió en un personaje de “El viejo Rivers”, nouvelle que sirvió de inspiración para la biografía de Perkins escrita por A. Scott Berg y publicada en 1978 en la cual se basó Genius.
Lo que resulta imposible es que la obra de Wolfe tenga una importancia menor que su vida: ambas están hechas de la misma materia. A esta conclusión se llega después de leer Cuentos, el libro donde la editorial Páginas de Espuma reúne 58 relatos y novelas cortas del escritor nacido Asheville (Carolina del Norte). Se trata de unos 43 textos inéditos y 15 conocidos, entre los que se incluyen cinco nouvelles publicadas por Periférica y que en Cuentos reciben los títulos: “La muerte, ese hermano orgulloso”, “No hay puerta”, “Boom Town, la ciudad del boom inmobiliario”, “El muchacho perdido” y “El viejo Rivers”. Para la traductora Amelia Pérez de Villar, el valor de los textos reeditados en este libro es que ofrecen contexto a lo que en las novelas sueltas aparece desvinculado del entorno lingüístico, cultural y biográfico de Wolfe, cuyos relatos tienen una calidad esférica, autoreferencial y de ambiente cerrado, en donde es común la repetición de elementos y personajes. Ese maridaje de vida y obra permite poner atención al momento histórico de la producción literaria de Wolfe, comprender la entrada de Estados Unidos en la modernidad y la configuración de los rasgos definitorios de su cultura al principio del siglo XX. “La huida y su reverso, el regreso, ambos imposibles, configuran un imaginario esférico de una América y una época que necesitan un lenguaje específico para narrarse y describirse”, señala Pérez de Villar en la introducción al libro, refiriéndose a la recreación que ella emprendió del lenguaje de Wolfe en el idioma castellano.
Vida y obra.
La obsesión del autor era articular una obra distintivamente americana —o, más bien, “norteamericana”— en la forma de hablar de sus personajes tanto como el planteamiento de una estructura narrativa acorde con la tradición literaria de ese país. El propósito y las distintas formas (narrativas) que utilizó para ello lo ubica a medio camino entre el retrato que hace William Faulkner de las zonas rurales norteamericanas y el juicio descarnado al American dream que encontró en Scott Fitzgerald su rapsoda más popular. En Cuentos abundan los ejemplos. Así describe la “violencia y la pasión” de Estados Unidos en “La carta española”: “las bandas de gangsters, las matanzas repentinas, la confusión, la dureza, la corrupción que infesta gran parte de los asuntos de nuestras vidas”. Su objetivo es establecer un contraste entre los problemas políticos y sociales de su país y el ascenso del nazismo en Alemania. “Por un momento sentí que había algo perverso, innato en el género humano, que ennegrecía y contaminaba hasta sus placeres más primitivos”, escribe en “Oktoberfest”: “Los alemanes avanzaban con lentitud y paciencia, con esa impresionante compacidad que parece ser la esencia de su vida, aceptando el movimiento de la multitud con la tremenda satisfacción de disolverse y entrar a formar parte de la enorme bestia que les rodeaba”. Habla en esta cita de un festival de cerveza, no de las masas que apoyaban al Führer…¿o también habla de eso?
“La huida y su reverso, el regreso, ambos imposibles, configuran un imaginario esférico de una América y una época que necesitan un lenguaje específico para narrarse y describirse”
Amelia Pérez de Villar
La ambición de Wolfe era representar la extensión completa de la vida en América y en el mundo. “Le parecía que el futuro de la escritura americana era prometedor”, reflexiona el viejo Rivers en el cuento que lleva su nombre: “[pero] no le parecía que aquellos jóvenes escritores estuvieran ofreciendo al lector un retrato fiel de la vida americana, con toda su verdad, su integridad fundamental y su dulzura, incluso con su salud mental”. ¿Quién habla en esta cita?, ¿el editor Perkins?, ¿el propio Wolfe?, ¿o un personaje que es a la vez el autor y su editor? En estas preguntas se cifra la grandeza de Wolfe.
El proyecto de Wolfe implicaba trascender a los escritores de su generación por medio del retrato del universo de lo estadounidense. Ese deseo de abrazar con su prosa lo que no podía abarcarse lo convirtió en un autor inconmensurable en sus novelas tanto como en sus obras teatrales: Su primer drama, Bienvenidos a nuestra ciudad, consta de 10 escenas y por eso no se ha representado nunca completo en un escenario; la novela El ángel que nos mira tiene 180.000 palabras y Del tiempo y el río, 380.000. Por esto es quizá sea en su narrativa breve en donde este autor por fin alcanza su cometido, si bien solo pueda hacerlo de la forma fragmentada en la que permiten los relatos o las novelas cortas.
Cuentos y recuentos.
No estoy segura de que las obras breves de Wolfe puedan ser clasificadas de cuentos en el sentido tradicional del género, pues están desprovistas de la unidad de efecto característica de la obra de Edgar Allan Poe y no sostienen su estructura sobre la revelación de una epifanía, al estilo de los mejores relatos de Antón Chéjov. Algún crítico argumentaría que en ciertos cuentos suyos se reconoce una omisión intencionada de un elemento del discurso fundamental para el cuento clásico creado por Guy de Maupassant, pero su uso de la elipsis no siempre está al servicio del realismo, como ocurre en los textos del autor francés. El catálogo de Páginas de Espuma ya cuenta con varios volúmenes de los cuentos completos de Poe, Chéjov y Maupassant como maestros fundacionales del género en el siglo XIX y, a través de una videoconferencia, el editor Juan Casamayor, señaló que con el libro de Wolfe su colección Biblioteca del Cuento Clásico abre una línea de trabajo hacia el siglo XX. Con una obra particularísima, incluso cuando resulta inclasificable su trabajo, Wolfe fue una influencia fundamental en autores estadounidenses de las generaciones que le sucedieron, como Sinclair Lewis, Jack Korovac, Ray Bradbury y Phillip Roth. Incluso puede considerársele el precursor del género de autoficción tan en boga hoy.
Cuentos de Wolfe sintetiza la constante experimentación con estilos y métodos narrativos que marcó la carrera literaria del autor y su eterna insatisfacción con las capacidades expresivas del lenguaje. Este aspecto le llevó a recorrer todos los tipos de escritura estadounidense, desde el gótico sureño, como muestra en las obras “Solo los muertos conocen Brooklyn” o “El niño y el tigre”, hasta el periodismo más tradicional —que también practicó para ganarse la vida—, como puede verse en la “Semblanza de un crítico literario”. En la exposición de sus ambientes cerrados y el retrato autoreferencial de su país en las décadas de los años 20 y 30, así como en su búsqueda perentoria de un lenguaje específico para narrar su mundo particular, las casi mil páginas de Cuentos constituyen la apuesta más importante por el proyecto literario de Wolfe que una editorial del mundo hispanohablante haya emprendido hasta ahora. Su legado será el reconocimiento del personaje del autor dentro de la obra que nos dejó como legado.
Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora de la novela Malasangre (Anagrama, 2020), del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com
Una reconstrucción perfectamente lograda sobre el paradigma de la vida y la obra de Thomas Wolfe. Michelle Roche no dejó escapar aquí la inmanencia socio-cultural de las particularidades narrativas del autor, ni la profunda concatenación que ésta guarda a su vez con Faulkner y Fitzgerald. No olvidó siquiera la grandiosa película de Grandag…
Wolfe se ha venido transformando en un arquetipo eficaz del cuentista moderno, aquejado por la fragmentariedad de un discurso que a menudo se reencuentra con las violencias de su tiempo. «Tengo que decirles algo», por ejemplo, es una de esas piezas inolvidables que reúne la conquistada ambigüedad de Dos Passos y la musicalidad, propia de Wolfe, en una dramática revelación ambientada en la Alemania nazi.
Gracias Michelle por la recomendación de esta maravilla editada por Páginas de Espuma… ¡Es siempre un placer leerte!
Arturo: ¡Gracias por tus palabras! Le haremos llegar tu comentario a Michelle Roche y nos complace mucho que hayas disfrutado la reseña. Thomas Wolfe es un intelectual fundamental de la modernidad.
Saludos,
Colofón Revista Literaria