La vida sin maquillaje es el testimonio brutal de los años en África de Maryse Condé

La búsqueda de la identidad puede tomarnos la vida entera. Y, para encontrarla o definirla, muchas veces los viajes que hacemos por el mundo son tan importantes como los que nos llevan hacia nuestro interior. De cómo y por qué África se convirtió en la fuente inagotable de inspiración para la narrativa de Maryse Condé, nacida en el archipiélago antillano de Guadalupe en 1937, trata La vida sin maquillaje el segundo libro de sus memorias que publica la editorial Impedimenta, traducido como el primero por Martha Asunción Alonso. La autora de Corazón que ríe, corazón que llora narra aquí el periplo que la llevó, partiendo en 1959 desde Francia, a aventurarse por varios países de África Occidental, que recién declaraban su independencia y se embarcaban en sospechosos gobiernos socialistas, en los cuales abundaban la corrupción y la violencia. “Para mí, África no representaba un cambio de aires ni un paréntesis en mi existencia; aquel continente conformaba el cuadrilátero en el que me debatía desde hace años”, reflexiona la autora al referirse a los afroamericanos (o estadounidenses de raza negra) que iban para la región durante ls vacaciones con la excusa de buscar sus orígenes y que, ahítos de “experiencias” pero faltos de contexto histórico, nunca llegarían a comprender la complejidad de sus países.

“¿Qué anduve yo buscando en África? Todavía no lo sé con certeza”, se pregunta y se responde la escritora en el prefacio sin título que encabeza una reveladora cita de Jean-Paul Sartre: “vivir o escribir: hay que escoger”. El periplo geográfico y sentimental que la llevó a Costa de Marfil, Guinea-Conakri, Ghana y Senegal, países a los que llegó en búsqueda de sí misma o de alguna relación amorosa, y en donde vivió el aislamiento, el acoso y la maternidad no deseada. La vida sin maquillaje abunda en detalles brutales y escabrosos sobre sus relaciones sentimentales, como su pasión fugaz por el periodista y activista de Haití Jean Dominique, de la que resultó su primer hijo, Denis. O su matrimonio con Mamadou Condé que la llevó a Abiyán donde se le revelaron —como a Buda, según comparación de la propia autora— “la pobreza, la enfermedad, la vejez y la muerte”. O los embarazos más o menos peligrosos de sus tres hijas en una Guinea aquejada por la escasez y la tiranía de Ahmed Sékou Touré. Todo esto lo narra Maryse Condé mientras cuestiona las ideas de superioridad heredadas de su crianza en las Antillas —aquí, igual que hace en su libro anterior de memorias, tacha a sus padres de «Supernegros», porque se pensaban mejores que sus compatriotas, por haber sido educados como franceses. También mientras escudriña en las opiniones políticas de sus amigos más cercanos. Y es que el impacto mayor que produce la lectura de este libro es la manera sistemática como la autora defenestra cualquier “conato de embellecimiento” de su historia personal: “Suelo aspirar a contrariar a mis lectores, hurgando en las heridas mejor maquilladas”.

Ser una mujer en África.

La autora ofrece un testimonio desgarrado de los padecimientos de la generación de nuestras abuelas en un mundo anterior a la segunda ola del feminismo y en sociedades poscoloniales como las de África. En Akra, la capital de Ghana, a donde se mudó cuando no soportó más ni su matrimonio ni la dictadura de Ahmed Sékou Touré en Guinea, el acoso fue un problema que debía enfrentar a diario. En al menos dos casos, este llegó a la agresión sexual. “Solemos imaginar que la violación viene acompañada de violencia. Se suele representar al violador como una bestia amenazadora, provisto de un revólver o de una peligrosa arma blanca. Pero no siempre es el caso. Todo puede ser mucho más sutil”, explica después de describir un episodio que, por desgracia, parece haber sido demasiado común en su época.

«África no representaba un cambio de aires ni un paréntesis en mi existencia; aquel continente conformaba el cuadrilátero en el que me debatía desde hace años»

La vida sin maquillaje, además de todo lo señalado hasta aquí, también es la crónica del inicio de su vocación como escritora. Si bien la autora dice en el libro que no puede descifrar el origen de su creatividad, siempre que se sobreponía a un revés del destino emergía una voz que pugnaba por contar cada contrariedad, por que fue en África donde comenzó a sentir la punzada de la vocación y donde aprendería a recobrar la confianza en sí misma. Estaba allí gestándose no sólo el rico universo variopinto que constituye el contenido de sus novelas, sino también algo que es mucho más importante, su voz: “Sentía que las peripecias de un relato deben presentarse a través de un filtro de subjetividad”. Y he aquí que la subjetividad y la imaginación —dos cosas que no estaba buscando cuando dejó Europa en 1959— fueron los tesoros que, después de mucho sufrimiento, Maryse Condé encontró. La experiencia oscura de la vida real hecha escritura.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora de la novela Malasangre (Anagrama, 2020), del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

 

Tags:
0 shares
No Previous Post
Next Post

Quiltras de Arelis Uribe: del perro sin raza al ser humano

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *