Los Microcolapsos de Cecilia Eudave son mundos que buscan lo sucinto
¿Qué pasa con un minotauro cuando pierde su mítico lugar de habitación?, ¿se preocupan los colchones por el descanso de quienes los ocupan?, ¿cuáles son los sonidos del Paraíso terrenal? Estas son algunas preguntas que sugiere la lectura de los veintiún mini-cuentos contenidos en el libro Microcolapsos de la escritora mexicana Cecilia Eudave.
En el prólogo a la publicación hecha en España por Editorial Eolas —en México, Paraíso Perdido— Carmen Alemany Bay emparenta a Eudave con grandes narradores de la tradición mexicana como Juan Rulfo, Agustín Yáñez, Juan José Arreola y Guadalupe Dueñas. Sin embargo, yo considero que Eudave establece su propia tradición en la que se encuentran presentes trazos del español José María Merino y de la argentina Ana María Shua. Del primero toma su inclinación por lo insólito y, de la segunda, el interés en reproducir en ciertos cuentos rasgos de las relaciones interpersonales, en especial en las que se establecen entre hombres y mujeres. Pero Eudave deja poco campo al sobreentendido, en el que Shua construye sus mejores síntesis narrativas. En “El demonio del viernes” escribe la autora mexicana con evidente inspiración en la La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares: “Si la eternidad es una palabra que no acaba de entenderse, lo eterno es lo que se pasa de generación en generación, así nos perpetuamos como ideas benéficas o perversas”.
La fuerza simbólica que caracteriza el género del relato breve, se vuelve en la micro-ficción aguda alegoría y, en el caso de Eudave, no describe propiamente lo fantástico sino lo insólito. Porque sus narraciones llenas de objetos animados, fantasmas que son remordimientos y puntos de vista dislocados no se encuentran fuera de la realidad, sino del sentido común. Por eso el elenco de sus personajes no son monstruos —al menos no en el sentido material de la palabra—, sino objetos cotidianos. Y es esto lo que resulta más inquietante en sus obras: su ordinaria falta de oscuridad. Así la veintena de textos en Microcolapsos son un retrato atroz de la vida cotidiana hecho con los pedazos rotos de un espejo deformante.
Del menoscabo al colapso.
En el diccionario de la Real Academia de la Lengua española, la palabra “colapso” presenta cinco definiciones, pero en todas queda patente la idea de menoscabo. El “colapso” siempre describe cuerpos (o personas, animales, cosas, sistemas, instituciones, estructuras…) en el proceso de reducirse a las ruinas. En ese mismo sentido, la palabra colapso describe el estado en que Eudave escribió cada cuento: al final de cada día, cansada por la jornada laboral, a punto de desplomarse sobre la cama para descansar.
Como estilo literario y como ética de trabajo, el colapso viene a significar aquí “el estado de postración extrema y baja tensión sanguínea, con insuficiencia circulatoria”, que describe la página web del DRAE. Pero lo más importante es que este colapso se reproduce también en la vocación aforística de las ficciones, como en “Recuerdos de una taza”, el notable micro-cuento en donde la insignificante pieza de una vajilla se venga de su dueño por no estar de acuerdo con la vida sentimental que este lleva. Su valor narrativo se encuentra en la capacidad de reproducir en el objeto inanimado la relación que el hombre tenia con su pareja. El poder de lo sucinto también se aprecia en el relato “La siesta”, en donde dice Eudave: “Al final todos somos mundos buscando colapsar”.
Y acaso sea ese el mensaje en el corazón de estas ficciones mínimas: la noción de que, en el fondo, las personas estamos siempre en proceso de mengua, a punto del colapso definitivo. Así, estos artefactos narrativos precisos en su contención son también lo único que detiene nuestra caída.
Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora de la novela Malasangre (Anagrama, 2020), del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com