Edurne Portela: “Siempre me ha interesado la violencia que no vemos”

Nada en el semblante de la escritora Edurne Portela revela resentimientos, menos contra el patriarcado. No muestra ninguna característica del estereotipo de la feminsita estridente que a algunos les interesa subrayar. Es magra, guapa y en una conversación casual se presenta comedida, a ratos, risueña. Se declara feliz con la vida que tiene, aunque lo hace con cuidado: hubo una época cuando se sintió muy sola. Ahora que ha sobrevivido a la tormenta íntima, al aislamiento de ser una extranjera en la sociedad estadounidense, la académica y narradora vive la calma atareada de quienes hacen cosas constructivas con su vida. Ha emprendido un enorme proyecto y sus manos no dejan de gesticular en el aire, con suavidad, mientras intenta explicar por qué gira en torno al asunto de la violencia toda su obra publicada hasta ahora: un ensayo y dos novelas.

“Aunque hay muchos tipos de violencia, todas están relacionadas. Existe una que puede venir del Estado y se supone que está legitimada, aunque controle los cuerpos de los ciudadanos, a veces, de forma represiva. Pero están también las violencias de los gobiernos autoritarios, que se conciben a través de aparatos represivos. Y, luego, por supuesto, se encuentran las diferentes formas de violencia que vienen de las instituciones. Dentro del feminismo se está estudiando ahora la violencia psiquiátrica y cómo ésta se ha ejercido sobre ciertas mujeres para normalizar su rebeldía. No importa quién nos lastime ni si lo hace a nivel íntimo o social, tampoco si son daños a la psique o al cuerpo. El meollo de la cuestión es cuándo nosotros ejercemos el poder de forma agresiva sobre otra persona”, explica la autora que acaba de publicar su segunda novela, Formas de estar lejos, la historia de las pequeñas agresiones que convierten a un matrimonio en una pareja de soledades.

 

La narración y el ensayo de la crueldad.

El tema se conecta con el tratado en su novela anterior, Mejor la ausencia (2017), un bildungsroman ambientado en la Euskadi de finales del siglo XX donde la protagonista y su familia viven atravesadas por la violencia del entorno. El mismo ambiente es el asunto de su ensayo de 2016, publicado el mismo año en que Portela dejó Carolina del Norte para mudarse a Madrid y dedicarse a la escritura. En El eco de los disparos: Cultura y memoria de la violencia, aboga por relatos múltiples y corales del conflicto vasco que eviten la legitimación de una sola historia o, peor aún, de la crueldad y de las “versiones torticeras del pasado”, según escribe en el prólogo a su cuarta edición.

«El meollo de la cuestión es cuándo nosotros ejercemos el poder de forma agresiva sobre otra persona»

“Muchas veces la violencia que ejercemos en lo íntimo es el reflejo de una educación y de una forma de sociabilidad que internalizamos desde que somos pequeños”, añade la autora. Desde que estaba terminando su primera novela, ya Portela tenía en mente la segunda. “He estudiado la violencia explícita, la que tiene que ver con lo político, pero siempre me ha interesado la violencia que no vemos y que ni siquiera asumimos”, cuenta: “En esta novela se conjugaron mi interés en las pequeñas agresiones cotidianas con las ganas de reflexionar sobre el tiempo en que viví en Estados Unidos, desde la perspectiva de los cuatro años que llevo en España. Creo que la estadounidense es una sociedad que aísla mucho y que, de alguna manera, potencia el tipo de relaciones cerradas. Es un mundo hermético donde es difícil penetrar, a pesar de que sabemos que existe algo oscuro detrás de esa vida ideal de carreteras brillantes, de American dream, que quieren pintarnos de ese país”.

La noción de aislamiento es el otro hilo que conecta, junto a la violencia, las dos novelas. Eso está implícito, incluso, desde sus títulos. Es como si dijera que el aislamiento es una forma de crueldad auto-inducida. En Mejor la ausencia se trata de un título irónico, que parte del miedo que suscita la presencia del padre en la vida de la protagonista: eso aísla a todos los miembros de la familia, en especial a la joven narradora. En Formas de estar lejos, la imagen de la nieve se erige como símbolo de la aridez de la relación entre sus protagonistas, Alicia y Matty. Pero también es la imagen de una soledad específica a la condición femenina de Alicia a su manía de encerrarse en su trabajo, en la universidad, dentro de sus lecturas. Y es la imagen de su situación de sujeto migrante: una española transplantada al continente americano, lejos de su entorno afectivo; que se encuentra dentro de un mundo distinto, uno que la debilita. Una mujer que no está ni allá ni acá; cuya psique habita en ninguna parte, que no existe en toda su profundidad sino para ella misma. Una mujer sola, aunque tenga pareja. No es una obra biográfica, por supuesto, pero se parece mucho a la vida real.

 

Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com

 

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