En Polifemo, Erik Del Bufalo transita los géneros gótico, policial y político
La nota editorial que figura en la contracubierta nos dice que la novela “narra la vivencia interior de un hombre moderno, cegado por una claridad que lo sobrepasa”; la nota añade que la novela «se va armando sobre la intriga, el relato fantástico y la reflexión fabulada». En justicia queda casi todo dicho de esta primera novela del venezolano Erik Del Bufalo, profesor de Filosofía en la Universidad Simón Bolívar. Pero la lectura reserva sorpresas y audacias.
Podría pensarse que Polifemo se inserta en el género de la novela negra pues, en efecto, su protagonista, Lucian Holzer, se ve atrapado en la trama de un crimen. Pero la novela se resiste a una clasificación fácil. Paralelamente, en ella se construye una historia compleja sobre la relación del protagonista con dos mujeres en planos temporales distintos: una mujer amada en el pasado y aún no olvidada, y una mujer que ama en el presente y con la que acaba casándose. Al morir la primera en extrañas circunstancias, la novela entra en el territorio de la literatura fantástica: la relación de Lucian Holzer con la presencia de dos mujeres, una muerta y la otra viva, y esta última sumida en un proceso de transformación o de «usurpación», se inscribe con derecho propio en el género. A todo ello ha de sumarse el gusto del protagonista por reflexionar sobre lo que le sucede y lo que observa, una pasión reflexiva o pensante que, a mi juicio, acaba enriqueciendo notablemente la novela.
Uno de los aspectos que me han interesado de Polifemo es la habilidad de su autor para narrar simultáneamente desde planos temporales diferentes. Creo que la gestión que se hace de los tiempos narrativos en la novela es un logro indiscutible. En mi opinión, uno de los más grandes méritos del libro. Me parece un acierto el arranque de la novela y la manera en que se resuelve el planteamiento. El recurso a la rata y la narración «en contrapunto» de la cena familiar donde se anuncia la boda, la comida donde se propone la boda a Judith, el encuentro con Lucrecia… Todo ello tiene la virtud de tejer una densidad narrativa muy eficaz que demora el hilo narrativo, lo retiene con infinitos meandros, digresiones, excursiones temporales. Otro momento donde se emplea este recurso de manera eficaz es en la tensión narrativa que se hace crecer en torno a la pregunta «Lucian Holzer, ¿acepta usted…?». En general, la acción avanza y retrocede, avanza de nuevo y retoma lo anterior, enriqueciéndolo, amplificándolo, una especie de ritornello de muchas voces y planos y anécdotas que se ponen en diálogo.
Sobre el narrador.
Hay algo que me interesa mucho en la construcción de una novela: la posición del narrador. A diferencia de las obras más convencionales, me atraen aquellas en las que el narrador se problematiza, de suerte que las costuras, la rebotica de la novela como artefacto quedan al desnudo. Desde el principio sabemos que Lucian nos cuenta, es una voz que narra y que reflexiona, una voz que impone la figura de quien escucha. Como lector uno entra en un juego en el que asume el rol de confidente. Y a finales de la página 301, ese interlocutor de Lucian aparece y su aparición hace posible la novela como artefacto. Una novela de espejos, sin duda: lector-narrador-confidente-confesor…
Esto último me lleva a otra dimensión de la novela que me ha interesado: la paranoia del protagonista, la evolución del personaje de Judith, la vida de Lucrecia tras su muerte. Nunca alcanzamos a saber toda la verdad. Y sobre esa confusión de vida y muerte, de dos mujeres, emblemas de instintos y pasiones diferentes, tal vez complementarias, de lo celeste y lo terrenal, de lo virginal y lo lujurioso, de lo divino y lo demoníaco (cuando llega la teología-ficción no me pilla por sorpresa) el autor logra levantar un estrato narrativo rico, sugerente, perturbador, en el que Lucian paulatinamente se pierde (¿para reencontrarse?), es el Ulises que se vuelve nadie para vencer a Polifemo (¿la realidad política devastadora, simbolizada por las ratas que se han adueñado de la ciudad?). Se me hizo imposible no terminar de leer la novela en clave política. En la descripción, terrible, que se hace de la ciudad desde el taxi camino del tribunal no pude dejar de reconocer a Caracas. Y me alegra que el autor no haya sucumbido a la tentación de nombrarla, de ser más preciso en las coordenadas temporales y espaciales. La ciudad, que es Caracas pero que se trasciende, se vuelve más universal, un símbolo potente.
Roberto A. Cabrera es escritor y ha publicado las novelas Bajo el sol de los muertos (2019), Interregno (2017) y La estación extraviada (2007).
La foto de Erik Del Bufalo es de Ángel Rivero. Cortesía Editorial Eclepsidra