La forma de las cosas, de Rafael Reyes-Ruiz recorre Tailandia en sueños y en la realidad

La forma de las cosas es la segunda novela de Rafael Reyes-Ruíz, escritor colombiano radicado en Dubái. La primera de sus novelas, Las ruinas, me dejó una grata impresión y quise saber más del derrotero de su autor, a quien conocí una tarde de otoño de 2015 en Tokio. Luego de una buena conversación sobre espacios y amigos comunes, tuvo la gentiliza de enviarme el manuscrito de La forma de las cosas, que ahora ha aparecido en España, bajo el sello de Ediciones Alfar (Sevilla), 2016.

La novela puede leerse como un largo viaje en el que los sueños y las pesadillas se mezclan con la realidad. La vida del joven Javier Pinto va dando giros inesperados en la medida en que va haciendo descubrimientos. El comerciarte para quien trabaja como traductor en Bangkok es un japonés que oculta la verdadera naturaleza de sus negocios: “Estamos cerca del corazón histórico de la ciudad y de todos los templos principales. Pero la gente no sólo viene a Bangkok por la historia y la cultura… La gente también viene a hacer compras y negocios de corto plazo. O para relajarse con servicios de masaje estilo tai y esas cosas, ¿comprende?”.

Así comienzan los enigmas.

Cuando la nostalgia cubre con su pátina los días, queda el recurso de la memoria moviéndose como si estuviera sobre un tablero de ajedrez, calculando el próximo movimiento. Éste será decisivo en la vida de los personajes, que aparecen desplazados del territorio al que pertenecen. La forma de las cosas, metafóricamente, contrasta el juego del tiempo entre el presente deplorable e incierto y las buenas épocas que se quedaron en el intento de construir un espacio amable para vivir.

La memoria es terca y se empeña en torturar el presente. En esta ruta aparecen las incógnitas de las vidas que se cruzan, personajes cargados de melancolía cuyos rostros son espejos de un mundo atiborrado de luces, sombras y falsas expectativas: Javier, un traductor frustrado, que intenta transformar en literatura episodios de su vida anotados en un diario. Ogawa, un operario de las mafias traficantes de piedras preciosas y personas en exóticos lugares de Asia, que un buen día desaparece. Roxana, una mujer supersticiosa que huye de su padre, un exiliado iraní, rico comerciante en Múnich, que como una sombra vigila sus pasos. Sujetos cargados de soledad que interrogan su presente mientras hurgan inconscientemente en las razones de su fracaso. Esta es una historia trepidante. Se lee de un tirón bajo la mirada acuciosa de un narrador que desafía sus prejuicios y se enfrenta al futuro sin resignación.

El tiempo y el espacio juegan un papel fundamental en esta historia. Dos momentos decisivos; uno a finales de la década de 1980 en las exóticas tierras de Tailandia, donde Javier y Roxana se encuentran mientras buscan su verdadera identidad y el otro, a finales de la década de los 90, en Japón donde, ya casados, comprenden lo inexorable de su destino. Javier y Roxana parecen detenidos en el lugar equivocado o cavilando frente a un crucigrama en el que —advierte el narrador— las preguntas cambian constantemente y las respuestas no calzan en los espacios disponibles. Ésta es una historia de amor contrariado, atrapado en una maraña de enigmas que atraviesan épocas y geografías: Tailandia, Tokio, Yokohama, Shanghái, Hong Kong, Macao… Un cruce de caminos que es en realidad un cruce de vidas que buscan un resquicio a su existencia anodina, bordeando siempre el límite entre lo permitido y lo vetado, entre la vigilia y el sueño, entre lo legal y lo delictivo. Y es también la historia íntima de un escritor frustrado que busca en las palabras un salvavidas, un escritor náufrago en un mar de contradicciones, amantes inesperadas y angustia ante el incierto futuro familiar y laboral.

“La gente también viene a hacer compras y negocios de corto plazo. O para relajarse con servicios de masaje estilo tai y esas cosas, ¿comprende?”

Javier, el escritor en ciernes, intercala en su diario otras historias que quisiera consignar en clave literaria y que atraviesan la novela con el juego simbólico de la metaficción. Poco a poco se desvelan los misterios: las relaciones oscuras del jefe Ogawa con la mafia; los misterios de las familias migrantes de chinos, coreanos y tailandeses que se mimetizan en Japón; los hijos que desconocen el pasado de sus padres y las consecuencias de la ocupación norteamericana en la posguerra. La narración reconstruye estas vidas, mientras la relación del narrador y su esposa se desmorona. Leemos en el margen del diario de Javier los relatos fragmentarios un drama personal revestido de insatisfacción y zozobra. La forma de las cosas es una novela de enigmas, que atrapa desde la primera página y desplaza al lector hacia un juego de pistas falsas, de rastros y conjeturas que convergen en un desenlace imprevisto. Luces y sombras en historias de vidas acechadas por la melancolía, que bien vale la pena atisbar con la perspicacia de un detective.

 

Gregory Zambrano (@gregoryzam) es crítico literario, profesor e investigador de la universidad de Tokio.

 

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