Jordi Doce: la voluntad de ser inclasificable

Cuando hace poco más de un año Jordi Doce (Gijón, 1967) trasladó su biblioteca a su nuevo hogar, se encontró con unas cajas de libros que, por su naturaleza miscelánea, no sabía dónde ubicar. Hoy echa la vista atrás y, habiendo superado el tedio que supone una mudanza, reconoce cómo le gustaría que muchos de sus libros estuvieran en esa línea. “Estaría bien publicar un libro cada año que fuera el testimonio de una vida; que tuviera cuatro artículos, dos traducciones, cinco poemas, una entrevista, algún aforismo… porque para mí todo forma parte de lo mismo”.

El poeta Fernando Menéndez dijo de él que “tiene la capacidad de no afrontar cada una de las dedicaciones como un compartimento separado”. Doce es un escritor ecléctico que ha cultivado prácticamente todas las disciplinas literarias, salvo la novela. “Siempre me interesaron más los momentos de intensidad en el ámbito de la creación”, recuerda. En su juventud parecía destinado a estudiar Ingeniería, pero la literatura se cruzó en su camino. Cursó Filología Inglesa en la Universidad de Oviedo, y así llegó a poetas como Ted Hughes, William Blake, Charles Simic, Anne Carson, Thomas de Quincey, Charles Tomlinson, Paul Auster o T. S. Eliot, a los que luego traduciría con la voluntad de compartir y acercar su obra a sus contemporáneos españoles.

 

Escritura: poesía y traducción.

Cuervo, de Ted Hughes, es el primer libro de poemas que tradujo antes de alcanzar un merecido prestigio en esta disciplina que, según dice, es “un taller de aprendizaje formal y técnico de primer orden”. Teniendo en cuenta que la traducción es la forma de lectura más intensa de la poesía, Doce considera que “captar el tono peculiar de un poeta es lo más difícil”. Y añade que “la traducción literal es un espantajo”, pues “toda lectura es, por definición, subjetiva”. Traducir no es otra cosa que interpretar y, por ende, “el ideal de objetividad es imposible”. Él ha mantenido siempre su lealtad a la premisa de que “traducir es ofrecer otras alternativas, enriquecer la propia tradición”.

El interés por estos poetas, que según el criterio del autor “han hecho cosas que aquí [en España] no se han hecho porque han trabajado en otras direcciones”, ha influido de una manera decisiva en su escritura. “La poesía anglosajona es refractaria al verbalismo y mi estilo ha recogido esa sequedad”, admite, aunque su vocación poética procede de los primeros poetas españoles que descubrió en su juventud. Unos eran miembros de la Generación del 27 —García Lorca, Jorge Guillén y Luis Cernuda, por ese orden— y otros del 50 —José Ángel Valente es quien más le conmueve— y para él “se convirtieron en una revelación”.

“La poesía anglosajona es refractaria al verbalismo y mi estilo ha recogido esa sequedad”

El crítico y poeta Martín López Vega no fue tan preciso cuando dijo que “Doce es un poeta inglés que escribe en castellano” como cuando se refirió a su poesía como un modo de “habitar el instante”. Ciertamente, sus poemas proceden de una percepción, un pequeño acontecimiento engrandecido por la experimentación con el uso del lenguaje, la transformación de las formas discursivas habituales y, sobre todo, por la profundidad impresa sobre el motivo real del poema. Su poesía es evocadora y se apoya en elementos figurativos, pero está concebida dentro de un imaginario abstracto. Su intención es más sugerente que informativa, pero el poema se ensancha, en virtud del desconcierto —“no saber muy bien qué ocurre”, dice el poeta—, hacia una causa mayor que la que exhibe.

Doce asume que este modo de afrontar el poema “a veces es arriesgado porque puede que el lector se niegue a hacerse cargo del enigma que propones”. De cualquier modo, le respalda la frase de T. S. Eliot, uno de sus principales referentes: “La poesía genuina comunica antes de ser entendida”. Considera que en poesía, como en cualquier experiencia artística, “fiarlo todo a la comprensión no alimenta mucho”. Aboga más bien por “crear un efecto estético interesante, no de un modo gratuito” y se declara a favor de la economía expresiva, la austeridad, la sobriedad y la emoción “que no caiga en el efectismo, el tópico o la sensiblería”.

 

El ensayo y la poesía “por condensación”.

En una entrevista con Álex Chico, Doce asegura que llegó a la poesía “por condensación”. En su juventud, algún intento de novela y algún relato no acabado desembocaron en la escritura de poesía por el citado interés en los verdaderos “momentos de intensidad” de la creación. No obstante, Doce es autor de numerosos ensayos concienzudos que, por su laboriosidad, requieren una severa disciplina. El escritor concibe la creación de estos textos como “un trabajo detectivesco mucho más atractivo” que la escritura de una novela, por ejemplo.

Imán y desafío, IV Premio Casa de América de Ensayo (2005), se convirtió en libro a partir de la tesis que preparó durante su estancia en Sheffield (Inglaterra), en la que abordó la presencia del romanticismo inglés en la poesía española. La ciudad consciente, Las formas disconformes y Zona de divagar son otros de sus títulos ensayísticos y le han consagrado como un investigador literario imprescindible en las letras españolas. En Curvas de nivel, recientemente publicado por La isla de Siltolá, Doce recoge algunos textos escritos durante las dos últimas décadas para revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, Quimera, Clarín, Crítica o Letras Libres.

Aboga por “crear un efecto estético interesante, no de un modo gratuito”

La naturaleza sincrética de su obra se extiende hasta el aforismo, un género que ha cultivado con regularidad bajo la premisa de su amigo Francisco León: “El aforismo es la expresión de un deseo, no una ley para los demás”. No le interesan las frases concluyentes, sino “las que abren puertas y ponen en cuestión el pensamiento sistemático”. Al ser tan breve “que no da tiempo a que la sintaxis o la retórica lo adultere”, Doce considera que es un género que conecta con la personalidad del autor. Siempre le han fascinado los cuadernos de trabajo, que contienen la escritura anárquica del escritor que no está sujetado a la ansiedad de la publicación. Sus libros Perros en la playa y Hormigas blancas no son exactamente libros de aforismos, sino que contienen dosis de pensamiento y fragmentos divagatorios que podrían estar cerca del cuaderno de campo que tanto le interesa.

 

La escritura y la reconciliación con el mundo.

Doce desempeña la actividad literaria todo el tiempo. En la medida de lo posible, trata de que sus ocupaciones como traductor, editor —dirige la colección de poesía de Galaxia Gutenberg—, docente —es profesor en la escuela de literatura Hotel Kafka— y crítico convivan con naturalidad con los momentos de creación, una actividad más íntima y aislada. Cuando las dedicaciones profesionales se lo permiten, escribe poemas “casi en estado de sonambulismo, con una incertidumbre absoluta” ante el destino que le depara a los primeros versos. “Los poemas resuelven un dilema emocional del que eres consciente a medias. La poesía es necesaria si dejas que el poema escenifique conflictos interiores de los que no eres del todo consciente”, dice.

Siempre obstinado en visibilizar la obra de numerosos autores, Doce reconoce que “de algunos poetas me han interesado más su actitud moral o su forma de acercarse a la poesía que su propia obra”. Curvas de nivel contiene algunos artículos dedicados a ciertos autores en el capítulo “Trece retratos”, y en la mayoría de los textos hay referencias constantes a figuras literarias que han intervenido en la trayectoria del autor, directa o indirectamente. Libro de los otros, publicado por la editorial Trea, es un conjunto de poemas traducidos que se suceden a lo largo del libro según el orden alfabético del autor que los escribió. Con el apoyo de algún comentario que enriquece la lectura, supone un ejemplo más de la importancia que concede al diálogo con sus referentes literarios y a la influencia decisiva de la multiplicidad de voces en su obra.

“Los poemas resuelven un dilema emocional del que eres consciente a medias. La poesía es necesaria si dejas que el poema escenifique conflictos interiores de los que no eres del todo consciente”

En Don de lenguas, un libro de entrevistas a autores tan consagrados como Umberto Eco, José Manuel Caballero Bonald o el más reciente Premio Princesa de Asturias de las Letras, Adam Zagajewsky, se percibe el placer por la conversación y el amor hacia la literatura por parte del autor. La otredad es inmanente a su obra y a su propia personalidad literaria. Las voces constituyen identidades, y estas se convierten en personajes que vagan por las ficciones de su poesía. Todos estábamos allí (Pre-Textos, 2016) es su poemario más reciente, fue elegido como mejor libro de poesía en castellano para los críticos de El Cultural (El Mundo) y ganó el Premio Nacional Meléndez Valdés. Parte de su poesía anterior está recogida en Nada se pierde, una antología traducida al inglés por el poeta Lawrence Schimel.

Doce no quiere saber lo que la gente piensa de sus libros. Además, “no creo que uno pueda estar orgulloso de haber escrito un buen poema, pues el poema nunca es del todo de uno”, dice. Satisfecho sí puede sentirse quien vive para la literatura y para tal causa ha entregado su talento y su oficio: “Nada de lo que he hecho tiene demasiado valor para mí, casi ni me acuerdo. Lo que me apetece es sentir la alegría de la creación, esa sensación de escribir un poema y sentirte reconciliado con el mundo”.

 

Jaime Cedillo (@JaimeCedilloMar) es periodista, músico y poeta. Colabora con El Cultural, publicación del diario El Mundo y con otros medios de comunicación. Se graduó en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la Universidad Rey Juan Carlos I y cursó el Máster de Crítica y Comunicación Cultural de la Universidad de Alcalá de Henares.

La fotografía que acompaña este artículo fue tomada por Paula Doce, hija del autor. La reproducimos aquí por cortesía de ambos.

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