Los personajes masculinos son el gran logro de Mariana Enriquez en Nuestra parte de la noche
¿De qué es capaz un padre para salvar a su hijo del mal, incluso cuando este se encuentra dentro del propio joven y se presenta en sus rasgos más aterradores? Esa es la pregunta que responde el más reciente libro de la argentina Mariana Enríquez, Nuestra parte de la noche. La titánica obra de casi setecientas páginas es una ficción polifónica narrada en seis partes correspondientes a distintas etapas cronológicas no lineales, que van desde la década de los años setenta hasta 1997 y cuyos antecedentes pueden rastrearse hasta el siglo XVIII.
La novela ganadora de la trigésimo séptima edición de Premio Herralde cuenta la historia de Juan, de su hijo Gaspar y de Rosario la pareja de uno y madre del otro, así como del destino de Olga Gallardo. Esta última es una periodista que intentó escribir un reportaje sobre los desaparecidos por la dictadura militar argentina a partir del hallazgo de decenas de cadáveres en una fosa común en la provincia de Misiones, conocida como el pozo de Zañartu. Pero se le atraviesa la historia de la Orden, una elite adinerada con ascendencia europea que adoran a un dios brutal identificado como “la Oscuridad”, que les sirve de excusa para los más violentos actos y la incomprensible adhesión a una deidad vengativa de la cual es casi imposible escapar. “La Oscuridad es un dios con garras que husmea, la Oscuridad te alcanza, la Oscuridad te deja jugar, como los gatos dejan jugar a sus presas un rato, solo para ver cuán lejos llegan”, escribe Enriquez.
La materia oscura como herencia.
El argumento de Nuestra parte de la noche está construido sobre la convicción de que los dioses se parecen a sus creyentes, como implica una cita de la autora estadounidense Zora Nearle Hurston —Gods always behave like the people who make them—, que sirve de introducción a una de sus partes. Es de la Orden y de la Oscuridad que Juan intenta salvar a Gaspar, con quien comparte la aptitud de encarnar a su enigmático y terrible dios. “Yo creo en la Oscuridad, pero creer no significa obedecer. Cómo no voy a creer si le pasa a mi cuerpo. Pasa en mi cuerpo. Lo que la oscuridad les dice no puede ser interpretado en este plano. La Oscuridad es demente, es un dios salvaje, es un dios loco”, piensa Juan.
La herencia prolongaría en Gaspar la esclavitud del padre a los millonarios inescrupulosos que invocan a esa fuerza de sombras para conocer el misterio de la vida eterna o, más exactamente, la capacidad de la transmigración de la consciencia de un cuerpo a otro con el objeto de asegurarse la prolongación de la existencia. A esto se refiere el título del libro, a la “parte de la noche” de la que participan el padre y el chico. Las metáforas sobre la relación entre la oscuridad y la humanidad constituyen los más bellos pasajes de la novela, como aquel en el que Gaspar pide a Juan que le explique por qué el cielo nocturno es oscuro, si la cantidad de estrellas que deberían alumbrarlo es enorme. El padre responde que eso se debe a la materia oscura, “que empuja a las estrellas, por eso están cada vez más lejos. Tres cuartas partes del universo son oscuridad. Hay mucha más oscuridad que luz sobre nosotros”. La explicación alude a la situación de la novela, pero al lector le toca mucho más cerca, como una explicación precisa del mundo real en el que habita.
«Tres cuartas partes del universo son oscuridad. Hay mucha más oscuridad que luz sobre nosotros»
Como personajes, Juan y Gaspar son un verdadero logro literario para Enríquez. Padre e hijo son efebos salvajes y melancólicos, marcados por el dolor físico y espiritual, como también por la incomprensión; parecen un par de poetas románticos que transitan por los momentos más terribles de la historia argentina. Ambos son representantes, a la vez, de lo más hermoso y lo más inquietante del espíritu humano. “Era frágil sólo porque estaba enfermo”, dice Tali refiriéndose a Juan: “Frágil como las reliquias, las ruinas antiguas, los huesos sagrados que debían ser cuidados y protegidos porque eran incalculablemente valiosos, porque su destrucción era irreparable”.
Nuestra parte de la noche, siguiendo el camino trazado por los libros de cuentos Los peligros de fumar en la cama (2017) y Las cosas que perdimos en el fuego (2016), reafirma que el capital imaginario más valioso de Enríquez se encuentra en su manera de construir un mundo siniestro sin alejarse mucho de la realidad. Su narrativa enfrenta la tradición de la estadounidense Shirley Jackson con la del argentino Adolfo Bio Casares, en un Frankenstein literario al que Tzvetan Todorov catalogaría de fantástico. Si sus cuentos convierten lo familiar en tétrico, el argumento monumental de esta novela avanza sobre la estrecha franja que el crítico franco-búlgaro reconoce como el territorio de lo fantástico, el límite entre lo maravilloso y lo siniestro, en donde los sucesos sobrenaturales aterrorizan tanto como los hechos históricos. Así, en la noche adversa, al borde de la madrugada que guarda la promesa de lo maravilloso, avanzan padre e hijo, empujando la materia oscura para tocar, aunque sea por un rato, la luz de las estrellas. Recordándonos que todos los seres humanos tenemos Nuestra parte de la noche.
Michelle Roche Rodríguez (@michiroche) es narradora, periodista y crítica literaria. Es autora de la novela Malasangre (Anagrama, 2020), del libro de relatos Gente decente (Premio Francisco Ayala, 2017) y del ensayo Madre mía que estás en el mito (Sílex, 2016). Su página web es http://www.michellerocherodriguez.com
El libro se titula «Nuestra parte de noche»
Sí.